Echando la vista atrás y recuperando tertulias antiguas no entiendo cómo Pablo Iglesias y demás compañeros –Monedero, Errejón, Bescansa– fueron capaces de aguantar con tanto estoicismo los manipulados ataques de asquerosos tertulianos. Manipulados, falsos, manufacturados con poco primor para intentar demostrar que los de Podemos eran tan corruptos como los demás. Siento bastante bochorno con el asunto. Yo, yo mismo, el rey de la telebasura, que es como me llaman. Pues si con todo lo que he visto siento bochorno, imaginad qué sensación de asco me produce que esta historia no haya vuelto boca abajo el país. Dar carta de naturaleza a hechos tan terroríficos sí que es atentar contra la democracia.
Lo sucedido con Pablo Iglesias y los audios de Villarejo es de una gravedad extrema, pero son demasiados los que se están poniendo de perfil con el tema. Ha quedado demostrado que el sistema tiene la posibilidad de ahogarte utilizando las peores artes si lo que pretendes es, precisamente, atajar la corrupción y optar por la senda de la mayor decencia política posible.
Bastante ha aguantado Pablo Iglesias. Lo que le han hecho es para volverse loco. Enfrentarse día tras día a noticias falsas con el fin de eliminarlo del tablero político. E Irene Montero, lo mismo. Según va pasando el tiempo, veo más necesaria la presencia de Podemos en política. A mí, que durante toda mi vida he pecado de ingenuo, me han enseñado que nuestra España necesita una revisión urgente para no ser un país gobernado por los cinco de siempre que impiden que sea más justo, más moderno y, sobre todo, menos corrupto. Por no hablar del cachondeo en el que se está convirtiendo cierta parte de la justicia, más atenta a servir a criterios partidistas que a dedicarse a hacer su trabajo de la manera más honesta posible. He escuchado pocos perdones públicos a Pablo Iglesias. Se le debe, incluso, como sociedad. Por si te sirve, aquí va el mío.