Mario Casas ha sido uno de los últimos personajes en contar que ya no bebe. Se lo dijo a David Broncano en ‘La Revuelta’. Yo también estoy en esas. No sé si volveré a hacerlo porque ya no lo echo tantísimo de menos. A lo mejor un día pienso: “me tomaría una copa”. O: “esta noche me iría de juerga a quemar la noche”. Pero esos pensamientos aparecen cada vez más de tarde en tarde, ya no son recurrentes. Vivo mucho mejor sin alcohol. No me gustaría volver a lo de antes: resacas, estados de ánimo cambiantes, energías bajas. He bebido mucho durante muchos años de mi vida. Para evadirme, para salir por la noche, para no pensar. Por no estar conforme con mi trabajo. Con mi realidad. Conmigo mismo.
No concebía una vida sin alcohol. Me proponía beber menos, sí, pero no lo conseguía. Y conforme van pasando los años la culpa es más poderosa y destructiva. Y lo que debería catalogarse como placer al día siguiente se convierte en una tortura: ¿me habrán grabado? ¿me habrán hecho fotografías? ¿me chantajearán? No voy a recrearme mucho más en esta parte porque ya he hablado de ella en varios blogs y, sobre todo, en ‘Antes del olvido’, mi último libro.
Sí que me gustaría escribir sobre cómo es mi vida sin beber alcohol. A lo mejor le puede servir a alguna persona que me lea. Quizás a alguien que le hayan recomendado dejar de beber y que piense que no va a ser capaz porque el mundo se convertirá en un lugar mucho menos atractivo. Conozco esa sensación. Cuando mi psicóloga me dijo que tenía que dejar de lado el alcohol me resistí muchísimo. Fue en vano. Pese a que intenté negociar no dio su brazo a torcer: abstinencia total.
La vida sin alcohol
Dejar de beber cuando llevas haciéndolo durante muchos años significa entrar en una realidad tan desconocida como apasionante. Porque emociones y sentimientos que llevan dormidos o anestesiados durante décadas por culpa del alcohol comienzan a desperezarse, a cobrar vida. Y puedo aseguraros que reencontrarse con ellos es muy emocionante. Poco a poco empiezas a darte cuenta de que no hace falta beber para sentirte bien. O para vivir momentos de euforia. E incluso de felicidad. Con la grandísima ventaja de que al día siguiente no existen facturas que pagar en forma de resacas cada vez más insoportables.
Dejar de beber implica también enfrentarse a pelo a momentos tristes. De infelicidad. Con la importante salvedad de que no los intentas evitar huyendo en forma de copa sino que los aceptas porque entiendes que son estados de ánimo que acabarán desapareciendo. Mi vida es mucho mejor desde que no bebo. Más rica. Con mayores matices. Pero reconozco que no es fácil hacerlo. Estamos habituados a beber porque hemos tenido un buen día. O un mal día. Porque hemos encontrado novio. Porque nos ha dejado el novio. Porque llega el fin de semana y a ver qué hago si no es tomarme una copa con los amigos. O porque llega el fin de semana y como no tengo ningún plan bebo para olvidarme que estoy solo.
No es fácil no beber. Hay veces que llegas a una cena y cuando dices que no quieres una copa de vino siempre hay alguien que suelta lo de “venga, va, solo una”. Y te contienes pero te dan ganas de contarle que no solo te tomarías una sino media docena y que bastante te cuesta no aceptarla como para que venga un brasas a recordarte que ya no bebes porque no lo controlas.
No aceptar que alguien no bebe me parece una de las mayores muestras de mala educación, egoísmo y escasa empatía. Si supieran la incomodidad que producen aquellos que pronuncian la frase “venga, va, que solo es una” jamás la volverían a pronunciar. Cuando alguien dice “no” a una copa no insistáis. Estoy muy contento de llevar una vida sin alcohol. Lo escribo pensando en todos aquellos que piensan que no es posible una existencia plena sin el correspondiente copazo. Nunca antes me había sentido tan cómodo conmigo mismo. He aprendido a relativizar porque por fin estoy empezando a descubrir lo esencial. No beber conlleva también algo importantísimo: dejar de hacerte daño.
“Soy consciente de lo que quiero y a quién quiero”
Evitar todo aquello que pueda alterar el bienestar conseguido. Aprendes a despedirte de personas que puedan impregnar de toxicidad tu existencia y te rodeas única y exclusivamente de todo aquello que contribuya a potenciar tu estabilidad. Desde que no bebo estoy más lúcido. Soy consciente de lo que quiero y a quién quiero. Y tengo muy claro que no desearía volver a ese pasado en el que bebía para olvidarme de quién era y de la vida que llevaba. No hay moralina en mi discurso sino aceptación de mis limitciones. Pero he descubierto, y eso es lo que quiero compartir, que llevar una vida sin alcohol no es condenarse al aburrimiento.
En mi caso dejar de beber ha significado empezar a vivir sin miedo. No puedo escribir que ojalá lo hubiera hecho an- tes porque creo que no estaba preparado. Llegó cuando me di cuenta de que estaba harto de vivir en un lugar que en su día me atrajo pero que acabó haciéndome daño de tanto usarlo. No bebo en un momento de mi vida en el que algo tan valioso como el tiempo empieza a cobrar mucho más sentido. Ahora estoy donde quiero estar y con quien me apetece estar. La de horas que he estado en sitios que no me gustaban con gente con la que no me encontraba cómodo solo por- que cubría el hastío bebiendo. Antes me lo podía permitir porque era joven y el futuro me pillaba muy lejos, pero desde que soy consciente de que la vida iba en serio la capacidad de decidir sobre mi tiempo me parece un superpoder.