Son las doce del mediodía del sábado y ya estoy hasta las narices de ver fotografías de gente jugando con la nieve, coches tapados por la nieve, paisajes cubiertos por la nieve. No me gusta la nieve. Para ser exactos: no me gusta tal cantidad de nieve que no me permita hacer la vida que quiero. Ayer, después de ‘Sálvame’, tardé en llegar a casa una hora y media cuando normalmente no me demoro más de un cuarto de hora. Fui uno de los privilegiados que pudieron llegar. Tardé, pero llegué. Se me ofreció quedarme en un hotel en las inmediaciones de Mediaset, pero aposté por montarme en el coche que me habían preparado con sus cadenitas y su canesú.