El viernes por la noche quedo con P. y con A., compañeras de profesión y, sobre todo, más que amigas. Tenemos un grupo de chat en el que lo mismo hablamos de Pedro Sánchez que de Maite Galdeano, o sea, de temas de calado. Cenamos de rechupete en un restaurante de Madrid y en esta ocasión hablamos mucho más de Maite que de Pedro. La actualidad manda. Como toda persona de bien amamos a Maite pero también entendemos a ‘la’ Sofía. Maite Galdeano es una explosiva mezcla de Lina Morgan y Anna Magnani. Está muy bien para disfrutarla en pequeñas dosis pero convivir con ella debe ser tan intenso como meterse entre pecho y espalda el ‘Mahabharata’ de Peter Brook. No tengo muy claro cómo acabará esta historia. Y lo que es peor: no descarto que nos llevemos un susto. Escribo a Maite para ver cómo está y me responde que le ayude a que ‘la’ Sofía, al menos, le hable. No tengo mucha relación con Sofía pero me parece que cuando toma una decisión no lo hace a tontas y a locas. Puede que se avecine tragedia.
Otro tema de capital importancia que tratamos en la cena: el de las mujeres que aprovechan los servicios de maquillaje de las televisiones en las que colaboran para lucir perfectas en actos que se celebran después de sus intervenciones en platós. Abro aquí un melón para que mis compañeros indaguen: hay casos de mujeres que han aprovechado el maquillaje de un miércoles para un acto que tenían un jueves. Acreditadas fuentes consultadas valoran el hecho como “cerdada máxima”, otras aseguran que “es de cerdas y cutres” y todas coinciden en que “es malísimo para la piel”.
Después de la cena paseamos por Chueca y P. me pregunta cómo estaba el barrio cuando yo llegué a Madrid. Y a mí se me cae la baba rememorando aquel Madrid de 1995. Chueca estaba empezando a convertirse en el barrio que es ahora, dejando atrás una época más o menos marginal. Proliferaban nuevos comercios, abrían bares con encanto, la noche era divertidísima. Precisamente recuerdo que Carlos Ferrando me encargó un reportaje sobre el barrio para un suplemento de Diario 16, creo recordar. Para mí, no había mejor lugar en el mundo que aquel Madrid. Vibrante. Generoso. Amable. Ya no es tan mío como antes porque creo que conforme vas cumpliendo años las ciudades dejan de pertenecerte. O al menos, no te pertenecen tanto porque ya no tienes tanta energía para seguirles el paso. Y mucho menos a una ciudad tan acelerada como Madrid.
Disfrutamos paseando por las solitarias calles de Chueca pero, al llegar a Gran Vía, la realidad nos calza una hostia que nos deja secos: hay muchísima gente durmiendo sobre cartones. Era la misma imagen que vi en la Avenida Corrientes de Buenos Aires el agosto pasado. Y nadie hacía nada. Yo tampoco. Y me parece terrible porque acabas naturalizando la pobreza. Madrid no puede darle la espalda a esta realidad. El lujo que campa a sus anchas en otros barrios también debe servir para que los más necesitados puedan aspirar a llevar una vida digna.