No conozco personalmente a Matías Prats pero me encanta por multitud de razones. La fundamental: que en una profesión en la que prima tanto el yoísmo desprende un increíble buen rollo de estar de vuelta de todo. Jamás ha tenido pinta de ir de estrella, no he escuchado a nadie hablar mal de él y, lo que más me gusta: da la impresión de que considera su trabajo en la televisión como algo normal. Convivió con la profesión desde chico gracias a su padre y lleva toda la vida trabajando en el medio. Porque yo recuerdo ser pequeño y verlo ya por la tele. Si eres medianamente inteligente trabajar en televisión muy seguido te quita mucha tontería de encima porque tienes la oportunidad de contemplar ascensiones meteóricas y caídas catastróficas. Pero Matías siempre ha estado ahí, trabajando, no metiéndose en líos y respetando la labor de todos sus compañeros. Ahora que se lleva tanto enfrentarnos unos con otros y declarar que no presentaríamos según qué espacios por motivos de lo más peregrinos, le han dado el Premio Nacional de Televisión porque se lo merece y, de rebote, para recordarnos que de lo que se trata es de “más currar y menos evaluar”.