De pequeño tuve una época en la que me maquillaba. Me encerraba en el diminuto lavabo que teníamos en San Roque y me ponía colorete y sombra de ojos. Hasta que un día mi madre se dio cuenta y me montó un poco de pollo. Lo que son las cosas. Hoy, a mis cincuenta y un años, hemos tenido mis hermanas y mi madre una interesantísima conversación sobre maquillaje. Mi madre me ha recomendado cómo pintarme las ojeras en el teatro o cómo sacarle más partido a los potingues. Mi hermana Ana ha ido a su casa y ha vuelto con un neceser con varios lápices de ojos. “Ahora te enseño a hacerte la raya, Jorge”, me dice mi madre. Y yo me escabullo porque no me apetece prestar mi cara como si fuera un lienzo. Pero acabo aceptando, claro. Antes mi madre me reñía por pintarme y ahora pretende hacerme un tutorial. P. acaba de llegar y nos vamos a poner a almorzar. Mi madre ha dicho que no dejemos de probar el jamón “Carmelito”, que está buenísimo. “Será Joselito”, replico. “Pues Joselito”. Y aquí paz y después gloria.