Antes de ser maricón era “el maricón”. Quiero decir que antes de que yo tuviera claro que me atraían los hombres los demás ya lo daban por supuesto. Quizás porque me gustaba pasar más tiempo con las niñas. O porque era un negado para el fútbol. O porque era un poco afeminado. El caso es que desde muy pequeño me ha acompañado esa palabra y similares: “marica”, “moña”, “sarasa”. Cuando escribí mi primera novela, ‘La vida iba en serio’, y tuve que recordar mis años de infancia, me provocó dolor. Mucho dolor. Recordar el miedo a que mis padres se enterasen de cómo me llamaban. A defraudarlos. A que se sintieran avergonzados por mi culpa.