Hay una persona que está muy presente en mi vida aunque ella no lo sepa: Nacha Guevara. Ya he contado alguna vez que mi cuarenta cumpleaños, fecha mítica donde las haya, lo pasé en el Ritz de Madrid tomando una copa de champán con ella. Fue el año del Mundial de Sudáfrica. Mientras casi la totalidad del país vivía pegada a la tele gozando con nuestra selección, Nacha se permitía el lujo de llenar el Teatro Fernán Gómez de Madrid. Millones vibraban con el fútbol y unos cientos nos emocionábamos escuchándola cantar “Te quiero” o “Vuelvo”. En el Ritz le confesé precisamente mi deseo de cantar y Nacha, en vez de apiadarse de mí o de quitarme la ilusión con una simple frase de las suyas, me brindó un consejo que me ha acompañado desde entonces: “Lo importante es el repertorio”.
Le debo mucho pero ella no es consciente, ya lo he escrito un poco más arriba. Me empujó a meditar, que es una de las cosas que más me han servido en la vida. Quien lo probó lo sabe. Te proporciona las claves necesarias para enfrentarte a la realidad con más claridad y a soportar con más templanza los golpes que inevitablemente te propina la cotidianeidad. Te hace más fuerte. Y también más seguro. Porque te obliga a enfrentarte a tus dudas, a tus temores, a tus miedos. Y porque te enseña a hacer lo que tú consideres correcto aunque los demás no lo entiendan. Distingo a la gente que medita de la que no. La gente que medita irradia calma. La otra, crispación. Yo me he propuesto hacerlo más por varias razones pero sobre todo por dos: por la paz que me infunde y porque me ayuda a comprender sin angustia que estamos de paso. Que todo es efímero y que por eso debemos disfrutar de cada segundo. El pasado ya pasó y el futuro no existe. Yo acostumbraba a quedarme anclado en el ayer, a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ahora soy capaz de mirar hacia atrás con una sonrisa pero sin nostalgia.