Desde que en las páginas de esta revista confesé la semana pasada que me estaba medicando contra una depresión he recibido cientos de mensajes de ánimo. Mensajes llenos de cariño y de amor empujándome a seguir y a no venirme abajo. Todos y cada uno de ellos han cumplido su objetivo: sentirme muy querido y recoger fuerzas para seguir luchando.
Pero también me han llamado mucho la atención los mensajes de aquellas personas que me daban las gracias por confesar algo así porque les ha ayudado a sentirse menos solas. Todavía hay mucho tabú con este tema, mucha ignorancia. Gente que se siente incomprendida porque no se ve con fuerzas para compartir sus sentimientos por temor a que la tilden de caprichosa. “De qué te quejas si lo tienes todo” suele ser una de las frases más recurrentes en estos casos. Y también la que más daño suele hacer porque te produce una impotencia terrible. Y te lleva a aislarte y a hundirte en la soledad, porque para qué vas a contar cómo te sientes si encima te van a echar en cara tu tristeza.