Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Mónica Naranjo ha sabido conjuntar su papel de estrella rutilante y el de señora normal

Falta una hora y media para que estrenemos en Barcelona. Acabo de hacer una conexión con ‘Sálvame’ y Gema López me ha dicho que me brillaban los ojos. Momentos antes de conectar con ellos se apelotonaron en mi memoria un montón de recuerdos. Como, por ejemplo, cuando hace la tira de años –más de veinte–vi a Marta Ribera en el Tívoli haciendo ‘West Side Story’. Lo que es la vida. Ahora los dos compartimos escenario en el mismo lugar en el que yo la disfruté como espectador. La vida a veces se toma un café contigo.

Esta mañana he estado en ‘Els matins’ de TV3, donde me ha entrevistado Lidia Heredia. Nos conocemos hace ya treinta años. Yo colaboraba en un programa que ella tenía en Radio Ciutat de Badalona. Le contaba cosas de la prensa del corazón que le traían al fresco. Lidia pertenece al denominado ‘periodismo serio’, pero siempre ha tratado mi trabajo con un respeto que le agradezco aunque nunca se lo he dicho porque me da vergüenza. En TV3, he ido al centro médico y la doctora –encantadora, por cierto– me ha dicho que mi visita es de las que se conoce como un ‘poyaque’. “¿Un ‘poyaque’?”, pregunto. “Poyaque’ estoy, aprovecho y me miro”. Le he dicho que me dolía la garganta y que moqueaba. Vamos, lo normal un día de estreno: que parece que te duele todo, pero que, en realidad, no te duele nada.

A un cuarto de hora de empezar la función, me hace mucha gracia lo nerviosos que se ponen mis compañeros cuando les voy cantando los nombres de gente conocida que nos acompañará en el estreno. Se tapan las orejas y huyen de mí: “No quiero saberlo, no quiero saberlo”. También te atacas mucho cuando sabes que viene tu familia.Debería ser al revés, pero es así. Intenté mantener a mis compañeros al margen de cualquier historia que les pudiera inquietar, pero justo antes de comenzar el espectáculo, el teatro se viene abajo y se inunda de aplausos y ovaciones. ¿El motivo? La llegada al patio de butacas de Mónica Naranjo. Llega Beyoncé y estoy seguro de que no se forma tal escándalo. Tengo muy buen rollo con ella –con Mónica, no con Beyoncé–, y cuando acaba el show viene al camerino y pasamos un buen rato hablando. Mónica es una de nuestras divas por excelencia, pero ha sabido conjuntar con muchísima inteligencia su papel de estrella rutilante y el de señora normal, que es una de las cosas más complicadas de nuestra profesión. Es muy buena tía y muy buena compañera.

Generosa y muy cariñosa. Abrazo a Ada Colau –que, a mí, me parece muy simpática–, Teresa Gimpera –encantadora–, Coco Comín –¡la admiro tanto!–, y a Merche Mar y Amparo Moreno, dos estupendas artistas con las que me descojono cada vez que las veo.

Celebro el éxito del estreno comiéndome unos dos kilos de sandía en la cocina de la casa de mi madre. Y confieso una cosa: el sábado me levanto un pelín nostálgico. Hablo con Juan Carlos Rubio –el autor y el director de la función– y me tranquiliza: lo que me pasa es lo más normal del mundo. Después del subidón de adrenalina de un estreno, te viene un bajón que te deja muy cercano al llanto. Por eso, esta profesión engancha tanto, qué barbaridad. En fin, tanto esperar venir a Barcelona para que todo pase tan rápido.