Conforme va pasando el tiempo me voy dando cuenta de que me hace mucha ilusión que no me pasen cosas malas. Por ejemplo, si un tenedor impacta contra uno de mis dientes y no se me rompe, pues pienso: “¡Ay, qué bien, no voy a tener que ir al dentista!”. Si el móvil se cae al suelo y resulta ileso, me alegro por no tener que cambiarlo. Si me como media tarrina de vainilla y al día siguiente el peso sigue siendo más o menos el mismo, suspiro con alivio porque esa tarrina no me ha engordado. Así que quizás dentro de poco podré volver a tentar a la suerte. La vida, ya lo aprenderéis, no se basa en conseguir diariamente grandes hitos. No. Se trata de volver a casa sin que te hayan echado una bronca en el trabajo. De que no te duela un desamor. De seguir teniendo ganas de acostarte con alguien. De que Isabel Díaz Ayuso hable poco. De que Alberto Núñez Feijóo hable menos. De que Espinosa de los Monteros pague lo que debe. En fin, esas cositas. Voy a dejar de escribir a ver si mañana me levanto vitalista, muy Miriam Díaz Aroca pero sin la vocecita de Mimosín. La he visto con Évole y ha contado que mediante no sé qué técnica consigue en dos horas que una persona sea feliz. Como mi madre ha hablado justo en ese momento no he podido escuchar del todo bien a qué se refería. Debía ser a la eutanasia.