Estrenar una nueva edición de Supervivientes resulta emocionante. Vuelven los saltos desde el helicóptero, las conexiones con La Palapa, los nervios y los miedos de los concursantes. Y los datos de audiencia. Cada vez que empezamos una nueva edición me voy a la cama inquieto, preguntándome cómo habrá respondido la audiencia a la nueva propuesta, al nuevo casting. ¡Ay, el casting! Cada año sucede lo mismo: que si es malo, que no hay personajes de primera, que qué hartazón de siempre lo mismo. Vamos, ningún argumento nuevo bajo el sol. De nada sirve que juzguemos los castings con la mentalidad puesta en España porque en cuanto llegan a Honduras los concursantes se transforman. Aquellos que en teoría iban a dar mucho juego se derriten a las primeras de cambio y los que considerábamos que iban un poquito de relleno se convierten en primeras figuras. En cualquier caso, el viernes nos despertamos con un subidón de alegría: la gala inaugural cosecha un estratosférico 29 por ciento de audiencia. El mejor dato de los últimos ocho años. Eso nos obliga a trabajar duro, a no relajarnos, a luchar porque el interés no decaiga y la audiencia siga enganchada. Primera consideraciones: Mila comienza con buen pie, Dulce promete regalarnos grandes momentos porque la vemos con ganas de liberarse del yugo de los Pantoja y Víctor Sandoval no defrauda. Tampoco ninguno de los demás concursantes. Se les ve con ganas y entregados a la causa. Durante la gala se me van los ojos detrás del culo de Suso y de Antonio Tejado. Sí, lo reconozco. Soy un viejo verde.