El martes volví al hospital para hacerme una prueba rutinaria. “Todo en orden”, me dijeron. Tendré que volver en septiembre. Creo que tener que someterme a esa prueba me estaba desequilibrando más de lo que yo pensaba. Era pasar otro examen, con todo lo que ello implica: nervios, cierta angustia, intranquilidad.
Han sido estos unos meses raros, meses en los que ha habido momentos de bajón, de tristeza incontrolable, de sensibilidad a flor de piel. Recuerdo que incluso un día llamé al neurocirujano para preguntarle si lo que me estaba sucediendo era normal y su respuesta afirmativa me tranquilizó. Lo más complicado ha sido enfrentarse a esa sensación –no sé si cierta o no– de que no puedes elegir la vida que llevas sino la que te impone la salud. Se instala así una sensación cercana al fracaso, a la derrota. Te rebelas, incluso, porque no entiendes que te haya tenido que pasar precisamente a ti. Por la noche brotan miedos que te provocan terror. No piensas ya en tu fragilidad sino en la de los que te rodean, que es algo que a mí me produce espanto. Pero todo esto es lo usual, dicen. Mi psicóloga lo define como estrés post traumático y, a mí, saber que todo está dentro de la normal me produce mucho bienestar, aunque el concepto de ‘normalidad’ siempre me ha parecido muy inquietante.
Cuando tuve que cancelar las funciones de teatro, me pasó algo muy curioso: dejé de escuchar música. No podía, me ponía triste, me recordaba a los escenarios, y no podía soportar pensar que durante un tiempo iba a estar alejado de ellos. El silencio se instaló en mi vida. A veces también la desesperación y una pena muy grande. Pero hay que confiar y mantener siempre encendida la llama de la curiosidad. Y pensar que también esto pasará. Una vez superada la prueba del martes, parece que las cosas empiezan por fin a recolocarse. Poco a poco, empieza a resurgir la ilusión, vuelvo a escuchar música a todas horas e incluso me descubro cantando por la casa. Por si fuera poco, el verano acaba de instalarse en nuestras vidas. Habrá más pruebas, sí. Pero ahora nos quedan por delante meses propicios para aparcar las inquietudes. Brindemos por la vida en todo su esplendor.