Domingo, once la mañana. Están mi madre y mi hermana hablando con P. ¿De qué? De todo. Me uno a la conversación y escucho cómo mi hermana está contando que una amiga suya, cuando está en un restaurante y lleva los brazos al aire, no echa sal en las comidas para que no se le vean los murciélagos. Nota: ‘los murciélagos’ son las pieles que cuelgan de los brazos no tonificados. Los tríceps, vamos. Desde que llegó ayer al mediodía mi hermana no ha parado de hablar. En ningún momento. A todas horas. Yo la observo con los ojos bien abiertos y la mandíbula ligeramente desencajada.
No doy crédito. A veces me escabullo y la dejo con P., que aguanta el chaparrón con una paciencia casi monástica. Cuando me meto en la piscina me pongo tapones porque soy propenso a padecer otitis pero a ella le da igual. Viene detrás de mí y sigue hablándome, porque es de las que no calla ni debajo del agua. Lo suyo es casi una disciplina olímpica. No para, no para. Lo bueno es que se lo hago saber y no se enfada, se descojona.
Tiene un carácter envidiable. ¿Seré yo el raro? Hablo tanto en el trabajo que cuando estoy en casa me convierto en un ser taciturno. Puedo pasar horas y horas sin hablar. Por eso cuando esta mañana se han presentado mi madre y mi hermana en mi habitación dispuestas a pegar la hebra las he echado sin contemplaciones.
El inminente estreno de 'El diario de Jorge'
No eran ni las ocho de la mañana y ya venían preparadas para montar un coloquio. “Explícate algo, Jorge” me pide mi madre. Y yo me quedo en blanco porque hablo con ella por teléfono a menudo y no se me ocurre nada nuevo. Le pregunto cómo va a ir mi nuevo programa y ella asegura que muy bien. Eso me tranquiliza porque reconozco que estoy muy nervioso. En mi cabeza no hay lugar para otro pensamiento que no tenga que ver con ‘El diario de Jorge’. Desde que me levanto hasta que me acuesto. Mis compañeros saben de lo que hablo. Un estreno inminente trastoca tu vida. Estás deseando que llegue el día para que por fin se ponga todo en marcha. Esperanza Gracia me ha escrito en varias ocasiones para tranquilizarme: “El diario de Jorge” tiene el cosmos a su favor. Pues si lo dice Esperanza no hay más que hablar.
Le hago partícipe de mis nervios. Y ella me viene a decir que los disfrute, que voy a tener la adrenalina a tope para el estreno del día veintinueve. Que de eso se trata esta profesión, de vivirlo todo al máximo. Y yo: “Que sí, que sí, pero qué ganas tengo de empezar”. Hablo con Patricia Gaztañaga para ponerle al tanto. El día que estrenó ‘El diario de Patricia’ en Antena 3 debutaba yo como presentador en ‘Rumore Rumore’ junto a Francine Gálvez. Primero íbamos nosotros y luego ella. Fue un verano inolvidable. Acabó el verano, ‘Rumore Rumore’ desapareció y Patricia seguiría al frente de su diario ocho años más.
En la rueda de prensa que hicimos en Mediaset para presentar el programa me preguntaron mucho por Patricia. Les cuento que tenemos mucha relación, que vino a verme al teatro cuando estuve en Bilbao, que almorcé con ella y su marido, que conozco a sus hijas. Y también les confieso a mis compañeros que me dice cosas tan bonitas que me da vergüenza reproducirlas. Cuando se lo cuento a Patricia se ríe y me dice que no sea tonto y que cuente sin ningún reparo que para ella soy el mejor candidato para hacer este programa. Que tengo su bendición. ¡Ea! Pues aquí queda eso. Quedamos en seguir hablando, por supuesto, y en vernos un día en Bilbao. Mi madre y mi hermana se han dado cuenta de mis nervios.
20 años sin Carmina Ordóñez
Cuando el domingo las despido después de almorzar en un restaurante de Madrid me quedo un poco raro. Volver a casa y no escucharlas se me hace extraño. Ahora me tengo que acostumbrar otra vez al silencio. Yo no sé si serán los años pero cada vez echo más de menos que no vivamos en la misma ciudad. 20 AÑOS SIN CARMINA. El 23 de julio se cumplieron veinte años de la muerte de Carmina Ordóñez. Cuarenta y nueve años tenía. Jovencísima. Estos días he leído varios sobre ella. Recibió críticas durísimas por contar sus malos tratos en televisión. Entre las más usuales, que no cumplía el perfil de mujer maltratada. Como si hubiera un único patrón. Cuánto hemos aprendido sobre este tema. El trato hacia Carmina sería hoy muy distinto. Lo que no sé es cómo llevaría ella que la mayoría de gente que se sitúa en su cuerda ideológica niega la violencia de género. Coincidí muy poco con Carmina Ordónez, solo los últimos meses de su vida. Ella trabajaba en ‘A tu lado’ y yo en ‘Aquí hay tomate’. La recuerdo bellísima, muy simpática.
Quejándose con humor de los kilos que había cogido. Era de la vieja escuela de los personajes de toda la vida. Pertenecía al grupo de las que vendía exclusivas y por ello tuvo que enfrentarse a entrevistas durísimas en televisión. Aunque en los últimos tiempos llevaba una vida más plácida gracias a su labor como colaboradora en ‘A tu lado’. O así lo recuerdo yo. Sobre su muerte su hijo Fran dice que se debió a la cocaína mientras que Kiko Matamoros asegura que su problema era la benzodiazepina. Podía consumir entreveinticinco y treinta pastillas cada día. Matamoros contó este fin de semana en El País que Carmina no tenía un problema con la cocaína. Yo no lo sé. Lo único que puedo decir es que las veces que vi a Carmina por los pasillos de Telecinco, y fueron unas cuantas durante varios meses, nunca la vi pasada de rosca. Tampoco recuerdo que alguien hiciera referencia a comportamientos sospechosos por la droga en plató mientras trabajaba como colaboradora. Quedan en mi memoria esos pocos ratos que coincidíamos en maquillaje que yo aprovechaba para picarla sobre algún tema. Su voz de niña bien, su ironía. Esos ojazos negros...
De lo que no cabe ninguna duda es que Carmina Ordóñez ocupa un lugar importante entre las más grandes de la prensa rosa de nuestro país. Su archienemiga Isabel Pantoja sigue sin devolverle los trastos de Paquirri a sus hijos, Charo Vega vive feliz casi retirada en Sevilla y Lolita triunfa en los escenarios como actriz. Mientras todos nos hacemos mayores, la imagen que nos queda de Carmina es la de una mujer joven y risueña. Muriendo prematuramente venció la batalla más difícil: la del tiempo