Me cuesta menos contar mis cosas en una revista que sincerarme con mi madre, y eso es algo que me gustaría corregir. Mi madre está a punto de cumplir ochenta años y a veces la trato como a una niña, que es justo de lo que me quejo yo con mi familia. Me subo por las paredes –metafóricamente– cuando me tratan como al “crío”, que es como me llamaban cuando era pequeño. Por eso, me gusta que mi madre venga a verme cada vez más a menudo, aunque solo sea para un par o tres de días: para que vea que todo está en orden. Y porque, aunque está a punto de cumplir ochenta años y tiene una vitalidad que para mí la quisiera, tengo que quitarme el miedo de que venga sola en el AVE –qué maravilla, el servicio Atendo de Renfe– y tengo que aprender a no ponerme de los nervios cuando me dice que quiere darse una vuelta por Madrid.
En el fondo, somos iguales: nos gusta la gente, pero no nos da miedo estar con nosotros mismos. Ahora está conmigo y me gusta esa rutina de cenar prontito y plantarnos en el sofá para ver ‘First Dates’. Jugamos a adivinar quién se quedará con quién y casi siempre acertamos, más yo que ella, creo. Además, me he dado cuenta de que ‘First Dates’ es un programa muy instructivo: hace poco una chica dijo que tenía los ojos grandes porque era murciana, que parece ser que es una característica que define a todas las muchachas de la zona. Me hago una foto con mi madre el jueves, antes de que ella vuelva a Badalona y yo al trabajo. Me espera la final y estoy nervioso, pero su presencia me trae suerte. Ella y yo sabemos por qué.