Durante años P. se negó a venir a Lanzarote. Como mi único ex es de aquí, pues no le daba la gana; las cabezas, que son muy traicioneras. Yo le hablaba de la isla y él cambiaba de tema. “¿Lanza-qué?”, decía. Y llegados a este punto yo ya sabía que por mucho que me empeñara no iba a conseguir que me acompañara. Curiosamente, ahora que no somos novios, aquí estamos los dos juntos. Inciso: recién operado, estaba mi madre en casa sentada a mi lado en el sofá y le dice a P.: “Ven, ponte aquí al lado de tu… Bueno, de lo que seáis”.
Sigo. El caso es que aquí estamos P. y yo disfrutando de la magia de esta isla. A mí, no solo no me ha decepcionado –tendemos a mitificar aquellos sitios en los que hemos sido felices–, sino que me está enamorando todavía más. Y P. no deja de sorprenderse con sus cautivadores paisajes, la espectacular belleza de sus pueblos, la imponente presencia de esas montañas tan especiales. Me pasaba en su época y me sigue pasando ahora: aterrizo en Lanzarote y es como si la isla fuera capaz de absorber toda la ansiedad que traes de la península y reciclarla en cosas bonitas.