En estos momentos estoy en el AVE rumbo a Madrid después de reunirme con toda mi familia el día veinticinco. Aprovechamos también para celebrar el cumpleaños de mi madre, que el día veintitrés cumplió ochenta y dos años. Y no veas cómo está, mejor que nunca diría yo. Con unos santos bemoles que yo creo que cada año le crecen más. Estamos el domingo viendo la tele a eso del mediodía, en La 1 ponen ‘Telepasión’.
–Oye, Jorge, qué guapa sale la Ana Obregón. Y el Boris, qué joven también. ¿Pues de qué año es esto?
–Es de este año, ese programa lo emitieron en Nochebuena.
–No creo. Salen muy guapos y muy jóvenes los dos.
Me suena el móvil. Mi amigo Adrián. Me levanto del salón para ir a mi habitación a hablar tranquilamente.
–Jorge, aprovecha para mirar de qué año es el programa que están poniendo.
Me callo, como el Pisuerga cuando pasa por Valladolid. Tras el almuerzo me pone un café en una taza muy bonita y así se lo hago saber.
–Jorge, pues te vas a llevar a Madrid todas las que tengo, porque de esas ya no se encuentran.
–Ni se te ocurra.
Hoy fue una taza, en otro viaje piña, cerezas o jamón del bueno envasado al vacío. Pero a lo que iba, Mila, que ya se lo he dicho a mi madre. Que yo doy por finiquitado este año de mierda de 2021 y espero con los brazos abiertos el 2022, pero tampoco con muchas esperanzas, porque si algo he aprendido estos meses es que las cosas siempre pueden ir un poquito a peor. Y lo bueno es ir aceptándolas con la mejor de las sonrisas y decirles: “No pasa nada. Siempre pasa nada”. He dejado de ser tan optimista como antes. No sé si es bueno, pero, chica, te quita muchas desilusiones. Por aquí te sigo echando mucho de menos y lo único que te pido es que me eches una mano. Cómo me habrá visto mi madre que un día me confesó que le había pedido a mi padre y a ti que me dierais un empujoncito. Hazle caso, anda.