Almorzamos con María R. en casa de Mercedes Milá. Lentejas. Cuando era pequeño mi madre tuvo que dejar de hacerlas porque mis hermanas y yo le montábamos unos pollos de campeonato. Ante el plato hacíamos que nos daban arcadas y demás guarrerías. Así que adiós lentejas. Las de Mercedes estaban buenísimas y encima repito. ¡Ay, si me viera mi madre! Veo a la Milá pletórica. Contenta, combativa, guerrera. Está al tanto de todo lo que hacemos en la tele. Más que yo, incluso. Una cosa que me encanta de ella: que habla muy bien de muchos compañeros. No soporto a los que no ven ningún mérito ni talento en los demás. Le ha parecido brutal lo de Rocío Carrasco y lo comentamos al detalle. Alabamos a Carlota Corredera y ponemos verde a otra gente, tampoco os vayáis a pensar que ahora nos hemos tragado los dos a la Madre Teresa de Calcuta. Confeccionar trajes a compañeros de la profesión es muy edificante porque así no tienes que estar permanentemente fingiendo delante de la cámara que todo el mundo es bueno. Porque no es así. Es más. No te fíes tú de los que van de bondadosos porque te la acabarán clavando. Le digo a Mercedes el nombre de una persona a la que yo considero un sepulcro blanqueado y se echa las manos a la cabeza. “No puede ser. No lo parece”. Y luego se descojona. Me gusta Mercedes porque es una mujer apasionada. A la hora de ponerse ante una cámara se entrega por entero y es capaz de ingeniarse las mil y una para que el interés no decaiga. Si te gusta la televisión debe gustarte Mercedes Milá, no te queda otra.