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Viernes, 11.30 del mediodía. Escribo en el salón de la casa de mi madre. Hará media hora que ha empezado a cocinar una paella y el olor inunda la casa. Todo lo que hacen las madres es mejor, no se sabe por qué razón. Y además tienen poderes mágicos. Tenía el oído izquierdo taponado desde el principio del verano. Fue coger el AVE y adiós tapón. Eso es mi madre que me premiaba por ir a verla. “Mira, Jorge –me dice mientras escribo, no le importa interrumpirme-, compré el otro día unos mejillones buenísimos. ¿Quieres que baje a ver si tienen? Oye, ¿tiene flores tu buganvilla? La de tu hermana está impresionante. Mira cómo está la Nina, a tus pies descansando la pobrecica, claro, ha comido y está como una reina”. Tras esta primera tanda vuelve a la cocina con la paella.