Lo de Marta Riesco no es nada nuevo en el mundo de la televisión. O en el de la música, terreno por el que transita con alegría psicodélica. Hay gente que quiere trabajar en televisión no por lo que supone en sí, sino por lo que puede llegar a repercutir en su vida: popularidad, alternar con gente importante, contratos con marcas pintonas... Marta era un poquito popular por ejercer de reportera en ‘El programa de Ana Rosa’ y ahora ya es más conocida por ser la novia de El Penas. Ya es mala pata, cariño, estar luchando toda tu vida por atraer los focos hacia tu persona y te enamoras de alguien como el susodicho. Porque, Marta, todos hemos tenido rollos con tíos que nos daba vergüenza escucharlos hablar, pero por pudor no los hemos exhibido.
Sin embargo, tú, quizás porque piensas que El Penas es un ser que valga la ídem, hablas de él como si fuera el cerebro del mayo del 68. Y no es eso, cariño, no es eso. Pero bueno, quién soy yo para dar consejos. La gente sabe equivocarse por sí sola. Me centro en ti, Martita mía. Me estás dejando de gustar, ya no me haces tanta gracia. Porque en menos de un mes has perdido frescura y espontaneidad. Trabajas discursos en casa que luego trasladas al plató muy pasada de ensayos, como si a tu edad ya fueras una primera actriz de toda la vida. Y no. Eres meritoria. A tu edad debes rebosar alegría y tus maldades tienen que ser dardos cargados de inocencia y no de amargura reconcentrada. Por si eso fuera poco, no casa mucho lo de pretender erigirte en abanderada de un determinado movimiento y compartir colchón con un ser que justamente es el más firme representante del bando contrario. Yo creo que si sigues por ese caminito no vas a salir viva de este viaje, Marta. Lo mejor que te puede pasar es que tu historia de amor se rompa lo antes posible y te sientes con Joaquín Prat para contarle lo boba que te estabas poniendo. Vuelve, Marta, vuelve.