Vuelo a Tenerife escuchando a todo volumen a Paloma San Basilio cantando ‘La fiesta terminó’. El iPhone me recuerda que por el bien de mis oídos debería escuchar música un poco más bajito pero no me da la gana hacerle caso. Porque, llegado el momento, me planto unos audífonos y a tomar por saco. Me da igual que se me vean. En realidad me da bastante igual todo lo que tenga que ver con mi aspecto externo, en el sentido de lo que puedan opinar los demás. Quiero decir que ese cáliz ya me lo he bebido y no pienso pasar por martirios que tengan que ver con el qué dirán. Me escribió una señora un mensaje lindísimo –eufemismo– hablando de mi cara y de mi cuerpo. Desde África llevo embarazado de nueve meses. Desconozco la razón pero prometo que estoy poniendo todo de mi parte para recuperar esa figura mía que tantos suspiros de admiración levanta. Por ahora me han diagnosticado apnea severa, por lo que tendré que dormir con maquinita. Lo celebro.
Dormir mal te hincha, eso lo sabe hasta este Papa que desquicia a los fachas y enamora a las personas de tan buena voluntad como yo. Y otra cosa es que no puede ser que siga roncando como lo hago. Me contó P. que en el vuelo Bruselas-Kigali una señora se giró para detectar quién emitía esos sonidos tan escandalosos. Era yo. He llegado a roncar viendo a la inmensa Rosa Maria Sardà. Quien sufra de apneas sabe a lo que me refiero. Te entra tal tontuna en los momentos más inadecuados que parece que te hayas enchufado una racioncita de Propofol, ese sedante que se llevó por delante a Michael Jackson. También me he hecho análisis de heces –tengo los resultados en un mes–, de sangre –me han salido perfectos– y el lunes voy al urólogo porque por edad ya me toca. Estoy deseando que me hagan una colonoscopia para que me droguen de manera legal y
no puedan llamarme vicioso.