Me gusta ir los viernes al teatro. Esta vez al Teatro Kamikaze, a ver ‘Las canciones’. Hacía tiempo que no me sucedía algo así: replantearme mi vida por acciones que estaban sucediendo en el escenario y que poco tenían que ver con lo que bullía en mi cabeza. O tal vez sí, y ahí radica el poder del teatro: cuestionarte, revolverte, inquietarte aunque tú no quieras o no te lo esperes.
Me gusta ir solo al teatro, y al cine. Desde siempre, además. Hay gente que se siente incapaz porque piensa que los demás la van a tomar por rara. Pero, a mí, lo que me parece raro es ir acompañado. La normalidad es muy rara, ya lo escribió Millás.
Vamos acompañados al cine, al teatro o cualquier manifestación artística por una mera cuestión cultural. Pero lo suyo es ir solo. Gozar de esos momentos previos en soledad y, cuando finaliza, rumiar contigo mismo lo que has presenciado.
Hasta de copas me gusta ir solo. Lo empecé a hacer cuando salía por Barcelona en mi primera juventud y recuerdo esas noches con cariño. Salir solo y viajar solo es la mejor manera de relacionarse. Tu mirada está más atenta a lo que sucede a tu alrededor y eres más proclive a descubrir agujas en un pajar.