Hoy está P. en casa y he descubierto –de nuevo– la tranquilidad que da tenerlo como familia y no como pareja. He podido poner un documental de ABBA, que es un grupo al que detesta con toda su alma, pero a mí me ha dado igual porque estoy en mi casa. No nos hemos tenido que dar conversación y estábamos muy bien en silencio y, ahora, nos vamos a unos grandes almacenes, que me quiero comprar un suavizante para el pelo, que es, probablemente, lo más excitante que haga hoy. Mañana no, que me toca ir a Roquetas de Mar con mi función y eso es excitante, divertido y emocionante. Me encanta la vida del feriante. Otra cosa que tengo en común con Ana Iris Simón. Lo que no comparto con ella es que mis padres vivían mejor que yo. Yo vivo infinitamente mejor que mis padres, pero no lo puedo decir muy alto porque corro el riesgo de que me recuerden que soy rojo. Tengo una casa con jardín y piscina, me gusta el marisco, de vez en cuando tomo caviar y no le hago ningún tipo de asco al Dom Pérignon. Mal. Parece que los de izquierdas solo tenemos derecho a vivir hacinados en pisos de ciudades dormitorio, alimentarnos a base de legumbres y patatas e hidratarnos con calimocho de cartón. Y no es eso. Yo, como decía Cantinflas: “No quiero que no haya ricos. Lo que quiero es que no haya pobres”. Voy a confesar una cosa: soy incapaz de ir a comprar solo a la sección ‘gourmet’ de los hipermercados porque tengo miedo de que alguien me recrimine si compro una buena lata de berberechos, que eso no es propio de rojos. Así que como viene P. conmigo voy a aprovechar para comprar latas buenas a cascoporro.