Hablo con P. y le digo que deberíamos ampliar nuestro círculo de amistades. Que tendríamos que quedar con más gente, vernos con más personas, organizar más planes. No se lo digo como pareja que ya no soy, sino como persona que se preocupa por él. Entonces él me contesta que no flipe, que eso de que la gente tenga continuamente planes solo pasa en las series de televisión “y porque están editadas. Pero de normal no te creas tú que los demás están permanentemente quedando”. Me limito a responderle con un escueto “¡ah!” y a dar por válida su respuesta. Quizás tenga razón. A lo mejor la vida tiene mucho que ver con que te pasen pocas cosas. Pero a mí me da la impresión de que la gente “no para, no para” que diría Mila, y, sin embargo, yo me paso bastante tiempo rumiando mi existencia. Ahora mismo, el animal con el que me siento más identificado es mi burro, Fortunato. De vez en cuando pasea, se tumba para disfrutar de una mañana de sol, busca que le acaricien la cabeza, aunque no siempre está dispuesto al cariño. Así estoy yo ahora. Como mi burro.
Hora de hacer las maletas
No se está mal en este estado de inactividad existencial. Sentir la vida pasar sin mostrarte especialmente entusiasta tiene muy mala prensa, pero a mí lo que me produce cada vez más rechazo es la oda a la productividad vital. Parece que siempre hay que estar haciendo algo y cuando eso no sucede la culpa te invade y te hace creer que estás dejando de vivir. Este fin de semana he aprovechado para despertarme tarde con premeditación, alevosía y ‘diurnidad’. Ver amanecer desde la cama y pensar: “Pues sigo aquí porque me da la gana”, me ha producido mucha tranquilidad. Y no solo eso, sino que además he decidido poner en pausa mi mente y no martirizarme pensando en qué planes debería idear para aprovechar el fin de semana. Estoy volviendo a ser el que era cuando era niño: una persona solitaria que se asomaba de vez en cuando al mundo para cerciorarse de que lo que veía no le satisfacía. Y como esa realidad no colmaba sus expectativas, prefería refugiarse en su universo particular construido a base de libros, películas e imaginación. Me aburre el mundo que conozco. Tengo la sensación de que ya lo he vivido. En otro momento de mi vida esa idea me provocaba angustia. Ahora, sin embargo, la acepto y empiezo a fabular con el goce de otros mundos. De otras realidades. De universos desconocidos. Cuando sientes que lo que te rodea ya lo has vivido es que ha llegado la hora de empezar a hacer maletas. ¿Hacia dónde? Ya se verá.