Veo a Marta Ortega con su marido caminando hacia la capilla donde se celebró la boda del hijo de Marta Chávarri y me da un poco de penita. Lleva una capita azul sobre la que parece que recae todo el peso de la empresa que preside e incluso la sepulta. Camina con pasos cortitos, tipo emperatriz del Japón, y su rictus es de todo menos natural. Quizás sea el empedrado o la responsabilidad, pero me da que Marta Ortega es una mujer tímida y no acaba de encontrar su hueco a la luz de los flashes. Mejor. Contribuye a aumentar el misterio.