Mi padre era de Jordi Pujol. Lo admiraba porque lo consideraba un hombre de estado. No sé qué le parecía Marta Ferrusola –supongo que bien, comedida–, pero sí que recuerdo a multitud de gente aplaudiéndola al grito de “Això és una dona” (“Esto es una mujer”) cuando tocaba celebrar victoria de CiU en las elecciones. Ella sonreía bonachona, casi angelical. Muy en su papel de madre superiora rigiendo un convento llamado Catalunya. La recuerdo también intentando humillar a Diana Garrigosa –esposa de Pasqual Maragall– en una entrevista televisiva durante la celebración de los Juegos Olímpicos en Barcelona. Garrigosa hablaba y la otra la miraba perdonándole la vida. Muy en plan señorona, Ferrusola. Con ese famoso moño en el que vete tú a saber qué almacenaba, quizás dinero negro. Contó durante muchísimos años con la complicidad de una cadena –TV3– para forjar la imagen de una abnegada esposa que contribuía a la economía familiar vendiendo flores en un puesto de Las Ramblas de Barcelona. Era la madre espiritual de los catalanes. Rectifico: de aquellos a los que ella consideraba catalanes, que no eran todos los que vivían en Catalunya y amaban esta tierra aunque no hubieran nacido en ella. Según su particular manera de entender los sentimientos, yo no era catalán de primera porque mi madre era de Albacete y la familia de mis padres venía de Murcia. Ferrusola siempre fue clasista y estrecha de miras. Ahora, además, se ha revelado como una auténtica estafadora. Económica y moralmente.