Cuenta la leyenda que el ínclito Jaime llamaba “Josemuá” –escrito “Josemoi”– a su amigo Josemi Rodríguez Sieiro. Supongo que para dotarlo de un toque afrancesado, que es lo que a él le mola. Lo cursi de lo francés. El chantilly y chuminadas de idéntico calibre. Jaime de Marichalar es ese tío que jugaba a los recortables con la infanta Elena, que debió acabar hasta el moño de que su marido le plantara pamelas que parecían ovnis y le echara por el cuerpo Lacroix a discreción.
Jaime fue alguien hasta que le dio el ictus. Entonces los que decían ser sus amigos le dieron de lado porque resultaba muy fatigoso estar pendiente de un señor que se manejaba con dificultad. Cuentan, además, que desde el ictus se le agrió el carácter, de ahí que poco a poco fuera quedándose más solo que la una. Después de un tiempo en silencio –cosa que le agradecemos– vuelve a la palestra asegurando que las críticas a la Corona son propias de una república bananera. Para decir memeces de semejante calibre, mejor taparse la boca con una pashmina. Lo que es propio de una república bananera es tener nuestra tasa de paro y un índice tan alto de pobreza infantil. Pero eso a Marichalar parece importarle poco. Todo lo que no tenga que ver con el tacto de una tela le se la trae al pairo. Que se mude a París y se dedique a dar vueltas de madrugada por el Sena hasta que se pille una afonía perpetua.