Tengo cinco días de vacaciones y me llevo a mi madre al Caribe. Salimos el martes pero llega el lunes a casa y así aprovecha para ver mi función. Le cuento que esa noche irá mucha gente conocida al teatro. “¿Los conoceré?”, pregunta. “No”, le respondo. “¿Y por qué no?”. “Porque no”. “Pues a mí me hace ilusión”. “Muy bien, pero no te los voy a presentar”. No sé cómo se las apañó, pero el caso es que el lunes por la noche habló con la mayoría de los que vinieron a ver ‘Grandes éxitos’. Ahí va el resumen: “Qué manos más bonitas tiene Ana Rosa. ¡Ay, Eugenia Martínez de Irujo parece una muñequita! Qué guapo es Dani Martínez. Madre mía, qué delgado está Santiago Segura”.
En el avión que nos trae a Santo Domingo comienza a mirarme disimuladamente para comenzar una batería de apreciaciones que me dejan exhausto. “Jorge, no te pongas más labio”. “No, Mama –así, sin tilde– no me pongo labio. Lo que pasa es que me lo hidratan cuando me hago el plasma en la cara”. “Ya, pero tú no te pongas más”. “Ya te he dicho que no me pongo”. “Tú no te pongas más no vaya a ser que se te ponga una boca muy exagerada”. Me callo. Al rato: “¿Te pones bótox en la frente?”. “No, hace años que ya no me pongo”. “Es que te dejaban fatal, la cara deformada, sin expresión”. “Bueno, era lo que se llevaba”. “No te pongas más, que ahora estás muy bien”. Vuelvo a callarme, pero ella no se amilana y vuelve a la carga: “Ahora sí que llevas el pelo bien, ¿pero te acuerdas los peinados que te hacían antes?”.
Y es entonces cuando se me ponen los ojos como platos y no doy crédito a todo lo que estoy oyendo desde que me he montado en el avión. Ahora estamos a jueves y, como es habitual en mis vacaciones, llueve como si no hubiera mañana. El hotel tiene una playa espléndida en la que no he podido bañarme porque hay unas olas inmensas. Llamamos a Madrid pidiendo auxilio.Quizás nos trasladen a otro hotel. De cinco días que tengo de vacaciones ya he perdido dos. No llevo mal promedio.