Los domingos son iguales en cualquier parte del mundo. Perezosos, nostálgicos. Con tendencia a la melancolía incluso. Hoy domingo estoy en una playa idílica, pero me empieza ya a invadir un cierto comecome. Mañana inicio el camino de vuelta a casa. Llegaré el martes, justo un día antes de estrenar ‘Desmontando a Séneca’ en el Teatro Reina Victoria de Madrid. Ahí vi yo a Mary Carrillo interpretando ‘Los buenos días perdidos’, de Antonio Gala, en un viaje que hicimos los de la facultad. ¡Ay, el estreno! Llevo varios días con el miedo metido en el cuerpo. Hablo con Juan Carlos Rubio, mi director de cabecera, y pretende tranquilizarme: “Es emoción, ilusión por lo que va a suceder”. “No. Es miedo”, le respondo, tajante. Llevamos con la función entre preparativos y ensayos dos años ya, quiero decir que la llevo al dedillo. Pues ahora le ha dado a mi mente por ponerme trampas y pretende convencerme de que me equivocaré en un determinado párrafo del principio. Y va la tía –la mente– y cuando repaso la función consigue que me equivoque justo en ese párrafo. Pues no se va a salir con la suya.