Desde hace un par de semanas he puesto en marcha una rutina que me está dando la vida: desconecto el móvil cuando me voy a dormir. Cerrado. Como si estuviera muerto. Desde que estrené ‘El diario de Jorge’ esperaba las audiencias con ansiedad. Incluso con miedo. Salen a las ocho y si no me las mandaban inmediatamente me echaba a temblar. Hasta que dije: “Se acabó”. Parece una idiotez pero desde entonces vivo mucho más tranquilo. Mirar el dato más tarde le resta peso, trascendencia. Lo tendría que haber hecho desde el estreno pero no fui capaz. Me lo apunto para otra vez. Ahora miro la audiencia como quien mira los números de la bonoloto. Con esperanza. También es verdad que tenemos motivos. Me gusta ‘El diario de Jorge’ porque los resultados exigen constancia y paciencia, cualidades de las que siempre he ido escaso.
El viernes se sienta José María Almoguera –el hijo de Carmen Borrego– en el programa de Bea Archidona y Santi Acosta. Dicen que puedes salir del barrio pero que el barrio nunca sale de ti. Pasa lo mismo con el apellido Campos: por mucho Almoguera que seas, date por sentenciado si luego viene un “Campos”. Llevar un “Campos” a cuestas implica tener una clara predisposición a una exposición mediática complicada y contradictoria. Lo mejor de la noche fue la llamada telefónica de Carmen Borrego. No estuvo bien. Claro que una mala noche de una Campos significa semanas de bonanza para toda la parrilla televisiva. Con las Campos: cuando peor estén, mejor para todos. La llamada de Carmen, errática y lastimera, es maná televisivo. Benditas sean las Campos entre todas las mujeres. Y bienvenido también José María, el nuevo miembro. Intuyo que, siguiendo la estela familiar, nos va a dar muchas tardes de gloria.