Qué agradable paseo el domingo por la mañana. Disfruto muy gozosamente de Madrid Río hasta que doy con una pareja de señores mayores. Se les veía la mar de contentos al verme. Me paran y me dice el señor: “Había uno mejor que tú, pero se murió. Y pareces más fuerte y más guapo en persona”. Acto seguido, la señora se apresura muy ufana a contradecir a su esposo: “Hombre, guapo, guapo”. Y remata la jugada mirándome a los ojos: “Guapo la persona que llevas a tu lado, qué bien has elegido”. Se despiden muy contentos por haberme visto porque me admiran mucho y yo me quedo un poco shockeado, para qué nos vamos a engañar.
Salir en televisión
La persona que va a mi lado es P. Le pregunto qué le ha parecido el comentario de la señora. “Se habrá puesto nerviosa”, opina. Pienso sobre ello. Sí, quizás sí. Igual le gusto tanto que al verme se habrá puesto muy nerviosa y no se ha dado cuenta de que, sin yo conocerla de nada ni haberle preguntado al respecto, ha dejado caer que soy feo. Es lo que tiene salir tantos años seguidos y a todas horas en la televisión. Que se crean unos vínculos muy estrechos entre el profesional y la audiencia. Y más presentando la clase de programas que presento. Seguro que a los de informativos no les pasan cosas así.
Telecinco
La televisión es un medio muy invasivo. La puedes ver en la cocina, en la habitación, en el comedor o incluso en el baño. Solo o acompañado. Vestido o desnudo. Todo eso ayuda a que se forme una corriente de enorme complicidad entre el profesional y el espectador. Estoy convencido de que los que nos dedicamos a este negocio hemos ayudado a paliar la soledad de muchísimas personas. O a acompañar en la alegría a otras tantas. Incluso habremos logrado, quizás, hacer más llevadera la monotonía de la vida cotidiana. El espectador y el profesional tienen una relación. No sé cómo definirla, pero existe. Y eso provoca que a veces, cuando te ven por la calle, se atrevan a decirte cosas que quizás no se las dirían ni a sus mejores amigos.
El domingo por la mañana una admiradora me soltó a la cara que no era físicamente agraciado. P. sostiene, ya lo he escrito, que me dijo eso porque se puso nerviosa. Empecé a darle vueltas al coco: ¿Se arrepentiría luego, al llegar a casa, recordando el asunto? Creo que no, porque pronunció esas palabras bajo el amparo del cariño. Y con la excusa del amor se han cometido cientos de calamidades. Esta vez no me afectaron sus palabras. Incluso me hicieron gracia. Supongo que los años ayudan. Compadezco a los jóvenes que tienen que someterse al escrutinio de las redes sociales. No hay mente que salga indemne de la evaluación continua de tu aspecto físico. Lo consigues con los años. Cuando aceptas que, te pongas como te pongas, tu cuerpo acabará perdiendo la guerra contra el tiempo.
Hablando de guapos y de feos. Conforme pasan los años se aumenta la grieta entre lo que nos gusta a P. y a mí. Lo que me lleva a pensar que nos encontramos en el momento justo de nuestras vidas. El amor. La inaudita alineación de elementos profundamente contradictorios.
Al borde del colapso
Mi Semana Santa ha sido más tranquila que la de Laura Cuevas, que está al borde del colapso en ‘Supervivientes’. Confieso que, cuando venía a los platós a largar sobre la Pantoja, me ponía de los nervios. Marisabidilla, un punto repelente, siempre deseosa de dar la nota. Pero en ‘Supervivientes’ me está ganando. Según ella, Encarna Sánchez la salvó de morir ahogada en la piscina de Cantora y María del Monte la enseñó a nadar. Pero qué fantasía es esta. La piscina de Cantora se me antoja como una carroza del Pride en hora punta. Un espacio seguro, un entorno inclusivo. Un canto a la diversidad.
Telecinco
Laura es chabacana y basta a más no poder, pero en el concurso está mostrando una vulnerabilidad desconocida. No había visto nunca a esta Laura tierna, necesitada de afecto, harta de su prosaica vida. Mientras que para la protagonista de ‘La rosa púrpura de El Cairo’ el cine se convertía en su válvula de escape, para Laura Cuevas la televisión es su patio de colegio existencial. Ese lugar en el que se lo sigue pasando bien y se olvida de la rutina. Al principio me parecía que las broncas con su marido eran teatrillo puro y duro pero conforme han ido pasando los días tengo más dudas de que sea un montaje. Es todo tan descarnado, tan humillante, tan hiriente.
Repito: no sé si es verdad. Si lo es, qué pena. Y si es mentira también les felicito porque han conseguido retratar con absoluta precisión la fotografía de muchos matrimonios infelices. Hay mucho blanco y negro en la vida de Laura Cuevas. Mucho Lorca revisitado con toques de Tennessee Williams de tablao. Ese grito suyo de “quiero vivir” recuerda al del Rosa Benito en el 2011. Con una diferencia: que Laura Cuevas solo sale de las cuatro paredes de su casa cuando la llaman para ir a televisión. O sea, de Pascuas a Ramos. En ‘Supervivientes’ está viviendo su particular Erasmus. Ya escribió Gil de Biedma que “envejecer, morir, es el único argumento de la obra”. Ya que conocemos el final de la función, intentemos que la comedia impregne la mayor parte de nuestras escenas.