Creo que tengo algo adormecida la capacidad de amar. Llevo dos años soltero y en este tiempo no ha aparecido ninguna persona que me haya removido el corazón como para pensar en una relación. Recuerdo que tras la ruptura, recuperada la soltería, conocer a alguien tenía siempre tintes divertidos. Jugabas, te entretenías, perdías el tiempo. Pero pasan los meses y surgen las dudas. La principal es si volveré a enamorarme. No es algo que me angustie, es solo una pregunta para la que cada vez me es más complicado dar una respuesta afirmativa. Mi referente en cuanto a enamoramientos es mi última relación, que fue un flechazo en toda regla. Todo lo que no se parezca a eso lo descarto a las primeras de cambio porque mi mente no acepta que el amor vaya surgiendo poco a poco. Lo mío es o todo o nada. Creo que no tengo paciencia para esperar a sentir, me produce ansiedad empezar a quedar con alguien y que los sentimientos no se pongan en marcha de una manera desbocada. Cuando eso sucede tengo la sensación de estar moviéndome en una especie de tierra de nadie sentimental que no me aporta ninguna felicidad. Siento unas incontenibles ganas de salir huyendo y no prolongar la situación. Me invade la angustia cuando estoy con alguien. “Estoy bien”. ¿Será un error? ¿Es algo demasiado infantil? No soy enemigo de la pareja. Es más, me reconcilio con ella cuando veo a Kiko Matamoros hablar de la suya.
Me parece milagroso cómo a su edad, después de llevar la mochila bien cargadita de experiencias, se le cambia la cara cuando habla de Marta. Ella ha conseguido que Kiko se reconcilie con la vida. Matamoros antes no se reía. Vivía instalado en una permanente turbulencia emocional que lo empujaba a darse hostias con la realidad. Ahora sonríe, está de buen humor y cuando intenta hacerse el malo no tienes más que mirarlo fijamente para que le entre una risa incontrolable porque se ha dado cuenta de que ese papel ya no va con él. No lo puede disimular: es un hombre feliz