José Luis Martínez Almeida está herido de muerte y lo sabe. Yo le veo poca solución, pero en la política todo puede pasar. Hasta lo imposible. Nunca me cautivó Martínez Almeida. Es más, creo recordar que ya escribí sobre él a propósito de su visita a ‘El Hormiguero’. Mucha gente cayó rendida a esa vertiente campechana que tanta gracia nos hizo en el Rey emérito y mirad de qué le ha servido. Martínez Almeida estaba por aquella época encantado de conocerse, haciendo continuamente bromas sobre su torpeza y su aspecto físico. Uno suele tener muy buen sentido del humor cuando las cosas le van de frente. Recordemos que durante unos meses Martínez Almeida era, según muchos medios, el alcalde por el que suspiraban las ciudades más importantes de España. Pero empezó a enseñar la patita cuando falleció Almudena Grandes. Sus explicaciones a la hora de negarle el título de hija adoptiva mostraban una personalidad mezquina y muy poco generosa. No abundaremos en su incultura enciclopédica respecto a la escritora madrileña. Para regocijo de todos los seguidores de Almudena, esa será una mancha que lo perseguirá durante toda su vida. Mientras Almudena Grandes permanecerá para siempre en la memoria de todos los madrileños y de todos los españoles como una inmensa escritora, Martínez Almeida será a partir de ahora ‘el de las mascarillas’, aquel que durante la pandemia criticaba duramente al Gobierno de España mientras a él se la colaban dos listos. Y lo que nos queda por ver, porque ya se ha publicado que Madrid fue la ciudad que menos ofertas pidió y más caro compró el material durante la pandemia. Durante la crisis de las mascarillas Martínez Almeida ha exhibido su peor cara. La misma que con lo de Almudena Grandes. O la que mostró cuando se descubrió lo del espionaje a Ayuso. El alcalde de Madrid se mueve bien en un estanque dorado, pero en cuanto el mar se pone bravío empieza a dar palos de ciego y se hunde él solito sin necesidad de fuego enemigo. Luego, como un niño consentido, se revuelve contra el mundo y echa la culpa a su mala fortuna. O a la cacería emprendida por la izquierda. No tiene muy buena pinta su futuro, ya digo. Todo dependerá de la capacidad que tengan sus votantes para mirar hacia otro lado. Y de la generosidad que demuestren a la hora de perdonar esos ‘asuntillos’. Quizás no deba dimitir, pero sí admitir con humildad que no ha estado a la altura. Tampoco se le pide tanto.