Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

En mis vacaciones en Uruguay, veo a Esther Cañadas, Valeria Mazza y a un amigo de Suso

La conductora que nos trajo hasta José Ignacio (Uruguay) nos advirtió por el camino: “Es muy lindo, como volver a la infancia”. A media hora de Punta del Este, José Ignacio es un pueblo muy pequeño muy pequeño en el que las carreteras no están asfaltadas y está prohibido montar discotecas porque los vecinos quieren proteger a toda costa el descanso nocturno. Los vecinos, aquí quería yo llegar. Indago en internet y leo que aquí tienen casa magnates norteamericanos de la comunicación, divas de la televisión argentina –Susana Giménez, Mirtha Legrand–, futbolistas como Zidane y estrellas sudamericanas de la canción.

El primer día vamos a almorzar a un chiringuito en la playa, y vemos aparecer a Esther Cañadas con una niña en brazos. Nos atiende un camarero que estaba más bueno que el pan y, al traer la cuenta, me dice: “A ti te he visto en la tele”. Y yo, haciendo ojitos, le digo que sí. Y, entonces, va y me dice él: “Yo tengo un amigo en España que se llama Chuso que fue a un programa de supervivencia y luego se hizo panelista” (aquí a los colaboradores les llaman así). Después de un rato dándole al tarro, caí: el panelista en cuestión es Suso. Y el camarero se llamaba Apolo. Nada más que añadir, señoría.

Ayer, mientras esperábamos a que nos dieran mesa y con la esperanza de que nos volviera a atender Apolo, fue Valeria Mazza y toda su prole los que se acercaron hasta La Huella –así se llama el lugar– para celebrar la Navidad. Ni con la aparición de Cañadas ni con la de la modelo argentina se monta alboroto alguno. Así como en España se hubiera producido un alud de peticiones de fotografías, aquí ni se las mira. Parece marca de la casa: prohibido hacer algo que perturbe al prójimo. Pese al desfile de ‘celebrities’ que yo detecto –y las que se me pasan de largo por desconocimiento–, la gente va vestida muy de trapillo, como pasando de todo. Da la impresión de que en este reducto del mundo destacar no es elegante.

Me llama la atención la belleza de ellas. Las mamás del lugar fueron modelos de ayer y sus hijas serán las ‘influencers’ del mañana. En cuanto a ellos, se conservan peor que las señoras. Típicos hombres que viven de rentas y que están mucho peor de lo que ellos creen. Por cierto: no volvió a atendernos Apolo.

Este año el lugar está menos concurrido que otras veces: la crisis económica ha dejado a muchos brasileños y argentinos en sus casas. Y aunque es a partir de que se acaban las fiestas navideñas cuando dicen que el lugar explota y se pone a reventar de gente, los taxistas prevén un verano menos fructífero. En cuanto a la diversión, aquí no pasa nada ni se le espera. Otra cosa es lo que suceda por las noches. Intuyo que hay fiestas y reuniones en las casas. Pero acceder a ese universo parece complicado/imposible.

Lo único cierto es que de cinco noches que C. y yo llevamos aquí dos de ellas nos hemos ido a dormir a las nueve de la noche. Hasta que una mañana nos levantamos y nos decimos: “Se acabó”. Y aquí estamos, en el aeropuerto de Montevideo, a las tres de la mañana esperando un vuelo a Brasil que sale a las cinco. Ayer, al llegar a la capital uruguaya, teníamos pensado dar un paseo por la ciudad vieja. Pero en el hotel nos lo desaconsejaron. Es una zona de oficinas y, al caer la tarde, se queda vacía y es un tanto peligrosa. Abandonamos el país de noche, como los fugitivos, y con una sensación agridulce. A ver qué tal se nos da Brasil.