Recuerdo ver a Teresa Campos en el comedor de mi piso de Badalona siendo yo adolescente. Desde el principio, me gustó lo que veía. Primero, en ‘La Tarde’ de TVE, en aquella época de la televisión única y señoras muy educadas que personalmente no me decían ni fu ni fa. Pero, desde el principio, vi algo en ella que me atrapó. Para empezar, no era una jovencita ni un bellezón, que era lo que se estilaba en la tele de entonces. Se le adivinaba carácter y opinión propia. Tendría por entonces cuarenta años –o eso imagino yo– y era muy diferente a las mujeres que yo conocía de esa edad. Tenía marcha, mundo y era combativa. Desde entonces, no le perdí la pista y, durante años, se convirtió en una buena compañera sin ella saberlo, claro.
Fue de las primeras mujeres modernas que descubrí. De las primeras que enarboló la bandera del feminismo en televisión cuando eran muy pocas las que lo hacían. La admiraba tanto que jamás pensé que podría llegar a tener algún tipo de relación con ella, y el día que eso empezó a suceder no podía dejar de recordar a ese adolescente que pasó tantas y tantas horas viéndola.
"No me siento orgulloso"
Yo con la Campos las he tenido de todos los colores. Cuando estaba en ‘Aquí hay tomate’ la cogimos por banda y le dimos cera para aburrir. No supe cortar a tiempo y recuerdo que uno de mis miedos recurrentes que le contaba a mi psicóloga era encontrármela. Dejé de acudir a estrenos en Madrid y paseaba por los aeropuertos con mis radares encendidos. Había trabajado con ella en su corrillo y, en cuanto se fue a la otra cadena, no podemos decir que se abrió la veda, pero sí que hicimos cosas de las que no me siento orgulloso.
Nos reconciliamos gracias a Carmen Rigalt, que nos juntó en una cena y acabamos partiéndonos de risa. Luego, en ‘Sálvame’, nos cabreamos y me largué del plató porque ella sabe cómo sacarte de quicio sin que se note.
Para mí, Teresa Campos es una parte importante de la historia de este país. Quizás para los más jóvenes solo sea la novia de Bigote Arrocet, pero la Campos es un animal televisivo de primer orden. Una profesional que logró despuntar en una época complicada para las mujeres. Una gran periodista con un increíble olfato y un impecable conocimiento del ritmo televisivo.
"Es dura, pero no es Lucifer"
He trabajado con ella y era dura, pero es que esta no es una profesión de débiles. Pero, vamos, que tampoco era Lucifer. El triunfo cambia no solo a las personas que lo viven, sino que también varía la manera en la que los demás se relacionan con la persona que triunfa. La colocan en un lugar ficticio, alejado de la realidad, y aunque a veces pretendas querer llevar una vida normal, no es fácil.
Campos no es perfecta y entiendo que ese éxito avasallador que cosechó durante años –no lo olvidemos– la colocó en un lugar difícil. Vivía rodeada de pelotas, pero entiendo que sabía de qué pie cojeaba cada uno. En cualquier caso, no solo se rodeaba de pelotas. Tenía amigas que le cantaban las cuarenta cuando convenía, pero desconozco si las mantiene. Y sé también que en su redacción tenía trabajando a gente que de otro modo no hubieran tenido donde caerse muerta. Creo que su problema es que la gente de su alrededor la ha tomado demasiado en serio.
Sin saber yo mucho de su relación de pareja, entiendo que otro gallo le hubiera cantado con un Edmundo Arrocet a su lado. Un tío que parece pasar de todo y que le da poca importancia a lo que se dice de él. Ayer llamé a la Campos y, como siempre, me cogió la llamada asustada. Desde que la conozco, piensa que cuando la llaman es para comunicarle algo malo, debe ser generacional. Después de hablar un rato, acabamos descojonándonos, como de costumbre. Me olvidé decirle que si no fuera tan grande no hablarían de ella. Lo mismo la llamo el fin de semana para recordárselo. No sé muy bien lo que se está contando de ella, pero da igual: esas cosas aumentan la leyenda. Por cierto, la Campos no es mala persona. Si lo fuera, no hubiese escrito este artículo.