Decía que con Pantoja llevo peleándome desde el principio de los tiempos. Y lo que nos queda, porque la nuestra es una relación condenada al desencuentro. Creo que ella ya se ha dado cuenta y, por eso, se mostró tan relajada durante la entrevista.
Ahora, nos llevamos bien, pero estoy convencido de que dentro de un cuarto de hora volveremos a ser adorables enemigos y, al cabo del tiempo –poco, porque pasa para todos y no estamos para derrocharlo–, estaremos de nuevo abrazándonos como si fuéramos la pareja más feliz del mundo. Eso cuesta entenderlo, pero es que los artistas somos así. Raros y contradictorios.
Y benditas sean esas rarezas y esas contradicciones, porque no quisiera vivir yo en un mundo donde no hubiera lugar para el desconcierto. Me dio muchísima pena verla absolutamente destruida cuando le pusimos un vídeo en el que se dejaba al descubierto la malísima relación entre sus hijos. Cuando escuché a Kiko Rivera decir: “Voy a ser sincero”, me salió del alma pararlo porque entendí que se podía liar gorda. No me arrepiento. Se perdió un momento apoteósico, pero me daba apuro verla tan rematada en una noche en la que lo estaba dando todo. Pese a nuestro convulso pasado, le tengo cariño. Son muchos años hablando de ella, conociéndola, desde que tengo uso de razón. En fin, qué raros somos los artistas.