P. y yo cenamos con Miguel Poveda el día antes de presentarse en el Teatro Real de Madrid. Pasamos un buen rato recordando nuestras respectivas vidas en Badalona. Él vivía en Bufalá, en una calle paralela a la que vive ahora una de mis hermanas. Poveda es uno de los mejores artistas de nuestro país. Pasará a la historia. Me hace gracia su timidez, casi enfermiza. Yo también lo soy, pero no tanto como él. Le cuento que a mí me encanta ir solo al cine, al teatro o incluso a un restaurante y él se pone nervioso sólo de escucharlo. Poveda es un artista íntegro, lúcido, poco dado a prodigarse en los ambientes del faranduleo. Podría tener mucha más presencia mediática si hiciera ciertas concesiones pero él es de los que prefiere quedarse estudiando en casa a aparecer en la portada de una revista multicolor. Al día siguiente P. y yo nos quedamos sin ir al concierto por motivos ajenos a nuestra voluntad. Nos da rabia. En la carrera de la vida, ir a ver a Miguel Poveda al menos una vez al año debería estar considerado asignatura obligatoria.