Mi madre ya está vacunada y, después de más de un año sin acercarme a ella, le he podido dar un beso. Un beso sin mucho condimento, no vaya a ser que la liemos, pero el caso es que después de un año la he podido tocar. Tiene ochenta y un años y la veo mejor que nunca, aunque el otro día me contó que de vez en cuando tiene pensamientos feos y se pone a divagar sobre qué será de su piso cuando ella no esté y esas cosas. Le digo que no pierda el tiempo con esas tonterías, que se fije en mí, que estoy vivo de milagro. Y entonces empieza a contarme que a veces se ve calculando los años que le quedan y le da un poco de “ayayay”. Y a mí me dan ganas de responderle que no se preocupe, porque ella va a durar siempre. No le miento. Es lo que creo y así será.