Siento que las vacaciones están tocando a su fin cuando empiezo a soñar con los animales de mi vida: mis cinco perros y mi burro. Es una señal de que mi vuelta no debe postergarse mucho más. Me encanta volar: aprovecho para leer, para escuchar música y, si me lo propongo, para dormir durante las horas que me dé la gana. Sin embargo, el trayecto del aeropuerto a casa se me hace eterno. Pero ese momento en el que llego y los animales se vuelven locos de alegría no lo cambio por nada. Hay estudios que atestiguan que acariciar a tus perros disminuye la ansiedad, por no hablar de la corriente de buena energía que siento cuando acuno la cabeza de Fortunato entre mis brazos. Pese a todo lo bueno que sabemos que nos aportan los animales, en España nuestra relación con ellos es, cuando menos, manifiestamente mejorable.
El dedito quieto
Vuelvo a casa descansado. A ver cuánto me dura. Los últimos días de vacaciones he pasado bastantes horas enganchado a Twitter. Como mirón. He sido testigo de algunas crisis en las que se ha visto inmersa gente que conozco y he podido comprobar qué bien se vive en la retaguardia. Sin romperse ni mancharse. He certificado algo que ya sabía: que no conviene manejar una crisis en caliente. Que cuando te toque enfrentarte a alguna lo mejor que puedes hacer es dejar el dedito quieto y evitar en la medida de lo posible permanecer ajeno a todo lo que se dice sobre ti. Silencio administrativo. Y manifestarse solo cuando hayan pasado unos días y el suflé haya bajado lo suficiente.
Creo que sería bueno gestionando las crisis de los demás porque he metido mucho la pata intentando solventar las mías. La veteranía es un grado. Mira, puede que me dedique a eso. Consultor. Dicen que Murdoch ya le ha pagado a Aznar cuatro millones de euros por algo así. Pues ya te digo yo que a alguien como Murdoch puedo darle mejores consejos yo que Aznar. Para los neófitos: Murdoch es el editor de medios tan sesudos como The Sun. Para que nos hagamos una idea: al lado del The Sun, Socialité es la BBC en sus mejores épocas. Si la vida, de normal, tiende a instalarse en un aburrimiento mortal –es decir, a aznarizarse–, imagina que los contenidos de ‘Socialité’ los aconsejara Aznar. Menuda fiesta. Mucho mejor yo que él, dónde va a parar. Le propondré a Murdoch hacerle el trabajo de Aznar por la mitad. Es el mercado, amigo. En fin, ¿me estaré metiendo en un charco? Qué te juegas a que cuando se publique este blog hay algún confidencial que titula: “Jorge Javier explota contra Aznar”, o alguna tontería de este calibre. Ilusos. Cuando yo explote de verdad, que tiemble España.
Oídos sordos
Estas vacaciones he aprendido a tomar distancia con la actualidad política. Soy de temperamento explosivo y, viviendo en una ciudad tan intensa como Madrid, esa mezcla es letal para mi salud. Me he cogido auténticos parraques por cosas que he visto y oído a la gente que gobierna en mi comunidad. Pero en estos días de relax total he pensado que los mismos se deben llevar los que no votan lo que yo voto cuando escuchan a Pedro Sánchez o a Nadia Calviño. Así que uno de mis propósitos para este año es grabarme en la mente que la gente no tiene por qué pensar como yo. No debo pretender cambiarlos. Tienen que equivocarse ellos solos. (Otro titular para uno de esos confidenciales absurdos: “Jorge Javier vuelve más sectario que nunca”). Se nos avecina un año complicado. Elecciones municipales y generales. Debemos estar preparados para escuchar por parte de todos los partidos –repito, todos– declaraciones y consignas que harían vomitar a las cabras. Que se peleen entre ellos, pero que a mí me olviden. Les pagamos para que nos solucionen los problemas, no para que nos pongan la cabeza como un bombo y luego colegueen a nuestras espaldas. Cuento una anécdota que me sopló un político/a/e: estaba en el Congreso cuando una persona desde la tribuna se refería a él/ella/e en términos funestos. Cuando la persona baja del atril y pasa por su lado le dice por lo bajini: “¿Me vas a contestar o me puedo ir a casa? Es que me gustaría llegar pronto para cenar con mi hija”. El político/a/e le dice a la persona que se vaya tranquila, que no va a tener respuesta. Y nosotros poniéndonos a cien viendo cómo discuten. Lo dicho: que se peleen ellos y nosotros a votar. A votar y a aceptar el resultado. Todo esto lo escribo desde un aeropuerto caribeño antes de meterme entre pecho y espalda diez horas de avión que se me pasan volando leyendo cuentos de Carmen Martín Gaite, escuchando a María Dolores Pradera y durmiendo más de cinco horas. Y al llegar a casa, qué alegría. Los perros brincan y Fortunato se acerca a saludarme. Todo en orden. Paso una tarde de domingo tan agradable que no parece domingo. Está P. en casa y vemos ‘La historia oficial’, una estremecedora película argentina de los 80 que habla de la dictadura militar que tantísimo dolor causó en el país. Fortunato utiliza el rebuzno como soborno: quiere zanahorias o pan crudo. Los perros se pasean a su lado para ver si en un descuido se le cae algo y así ellos mueven también el hocico. De vez en cuando suena la flauta, pero pocas. Animales, manta, peli y un ex en casa. ¿Qué he hecho yo para merecer tanto?