Volvemos a Lisboa y, como de costumbre, el domingo vamos a almorzar al mismo sitio al que llevamos yendo varios años. Le pregunto a P. si no seremos poco aventureros, “a lo mejor nos estamos perdiendo experiencias excitantes por ir siempre al mismo, que es que somos muy pesados hijo, que no innovamos”.
Al entrar nos encontramos a Miguel Poveda en una mesa y se me va la tontería. Qué alegría me da. Porque actuó ayer sábado en Lisboa y yo estaba presentado un ‘Deluxe’ que si no, qué bonito hubiera sido escucharlo cantar aquí. P. y yo somos muy fans y él lo sabe. De hecho, cuando nos sentamos en nuestra mesa nos hacemos el firme propósito de indagar en su página web su lista de conciertos y presentarnos en uno.
Pasamos en Portugal cerca de tres días inolvidables. No sé qué tiene el país que engancha, quién lo probó lo sabe. Así como me gusta ir siempre a comer a los mismos sitios –para qué dármelas de lo que no soy– también me gusta pasear por las mismas calles de Lisboa una y otra vez. Los lisboetas andan un poco agobiados por el turismo que inunda sus vidas aunque tampoco pueden despreciarlo porque significa la primera entrada de divisas. La eterna contradicción. El precio de los pisos en el centro se ha triplicado y es cada vez más difícil encontrar un restaurante que sirva un menú económico. Ya hay quien equipara Lisboa con California por la cantidad de estrellas internacionales que se están instalando en la ciudad: Madonna, Philippe Starck, Louboutin –que tiene previsto abrir un hotel en Comporta, a una hora de la capital–… Y la CNN la denomina la ciudad más ‘cool’ de Europa. A mí me gusta porque me resulta imposible no amarla. Así, sin más.