Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

georgina Rodriguez

Georgina Rodríguez cae bien, aunque al principio da vergüenza ajena

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Jorge Javier Vázquez

Escritor, presentador, actor y productor teatral

La semana pasada, en uno de esos momentos tontos que le invaden a uno a lo largo del día, me puse el primer capítulo de la serie sobre Georgina. Conforme iban sucediéndose los minutos mi estado emocional, últimamente de carácter aletargado, comenzó a experimentar sensaciones en grado sumo: impotencia, rechazo, vergüenza ajena. No podía dar crédito. Georgina –no recuerdo su apellido– no es una mujer que destaque por nada. Es más: es una de tantas que podría haber pasado por la época dorada de ‘Mujeres y hombres y viceversa’ y probablemente hubiera engrosado la lista de participantes condenadas al olvido. Pero Cristiano Ronaldo se fijó en ella y todo cambió. Ahora es famosísima y lleva una vida de lujo y esplendor. Y la comparte con nosotros y al principio me pongo enfermo por la superficialidad que rodea al reality de Netflix. Pero poco a poco, no sé por qué extraña razón, Georgina me va ganando.

Es adictiva, como reconoce en el espléndido artículo que publica Alberto Olmos en El confidencial sobre el programa. Georgina es guapa, pero su belleza está en todo momento a punto de despeñarse por el barranco del chonismo más absoluto. Intelectualmente creo que es una superviviente, pero parece tener muy asentados esos firmes valores que inculcan fervientemente en colegios religiosos: constancia, tesón, disciplina. Son esos valores los que la ayudan a no sucumbir ante el fastuoso universo que la rodea. Porque parece que, de la misma manera que está gozando de ese universo, puede en cualquier momento no estarlo. Diríase que es consciente de lo efímero que es todo en la vida y se enfrenta al lujo con una saludable distancia. Georgina me recuerda a las interpretaciones más hiperbólicas de María Luisa Ponte. Llora bonito, se escandaliza porque le cobren cuatro euros por un pepino en un hotel de lujo (cuando usa el avión privado como si fuera un taxi) y nos ofrece enseñanzas vitales de saldo con tal trascendencia que parece una iluminada.

Acaba cayéndote hasta bien pese a la panda de amigas aduladoras que hablan de ella como si fuese la mismísima reencarnación de Teresa de Calcuta. Besan por donde pisa y la alaban con devoción mariana: Georgina es, para ellas, la mejor madre, la mejor amiga, la mejor de todas. Da la impresión de que espían todos y cada uno de sus movimientos en plan ‘Eva al desnudo’. Calientan en el banquillo con la esperanza de que Ronaldo u otro, qué más da, las convierta en otra Georgina. Imaginan que Georgina es algo así como una franquicia, pero no. Georgina solo hay una. El grado de enamoramiento que tiene de sí misma es una marca difícil de superar. Fan.