Cuando empezó el confinamiento y parecía que la cosa iba para dos semanas, se comenzaron a elaborar épicas teorías sobre lo que podría aportarnos el encierro. Yo fui de los que pensaba que nos haría más fuertes, más sabios, más generosos, más solidarios. Desde luego, no ha sido mi caso. Salgo de toda esta historia mucho menos tolerante.
Más firme en mis convicciones y poco dado a escuchar porque el debate que se genera me parece poco atractivo, antiguo, obsoleto. Por no decir carca. Me estoy haciendo mayor para perder energías escuchando opiniones que me enervan.
No sé si es que las vacaciones están a la vuelta de la esquina y la ansiedad corre ya desbocada por mis venas, pero el caso es que noto que tengo menos mecha, y el cabreo se me dispara a las primeras de cambio. Creía que el futuro consistía en mirar hacia delante pero parece ser que ahora tiene más que ver con recuperar la vida pasada. La moral castradora. La uniformidad frente a la diversidad. El pensamiento único poco pensante. La nada. Necesito largarme porque estoy justo en ese momento en el que no me aguanto ni yo. Reconocerlo me parece un buen primer paso para intentar mejorar.