Escribo un domingo por la tarde desde una cama frente al Caribe. He intentado varias veces empezar este blog, pero estaba secuestrado por Instagram. Puedo pasar horas viendo vídeos de gente con la que me descojono. Gente de muchísimo talento con un sentido del humor descomunal. Entre risas siempre te aparece un vídeo con sustancia que te llama la atención. Me ha pasado varias veces, la última con Cher. Habla la cantante de los hombres y dice que para ella son un lujo. Un postre. Pero no una necesidad. Le dice Cher a su entrevistadora: “Mi madre siempre me decía que tenía que casarme con un hombre rico. Pues bien, el hombre rico soy yo”. Cada vez hay más gente que piensa/pensamos como Cher porque cada vez hay personas más ricas. Y no me refiero al plano económico –que en este caso es lo de menos–, sino al emocional. Personas ricas emocionalmente, ricas en ilusiones, ricas en su soledad.
Veo que lo tiene muy claro muchísima gente joven: ya no viven colgados en la idea de que la felicidad pasa por tener pareja. La pareja es para ellos un complemento emocional, pero no un accesorio fundamental para su desarrollo personal. Con qué paz se van a enfrentar a la vida los que piensen así y qué infelices van a ser todos aquellos que vivan anclados a las enseñanzas emocionales que recibimos todos los de mi generación y, por supuesto, los que me precedieron. Me encanta viajar solo. Ir al teatro solo. Ir a pasear solo. Vivir solo. Eso no quiere decir que dos personas puedan estar bien juntas, pero estoy convencido de que un alto porcentaje de parejas romperían si tuvieran el valor de ser honestas y sinceras con ellas mismas. Otras seguirían, claro que sí, porque también conozco a muchas a las que les va muy bien. Pero me molestan esos juicios de valor de aquella gente que no entiende que estar solo es una opción cuando se ve a la legua que te reprochan tu soledad porque en realidad la envidian. Pero estar solo no significa que tu vida sea una fiesta continua. La vida en soledad también conlleva momentos complicados. Como la vida en pareja. Pero pocas cosas hay tan terribles como experimentar la soledad viviendo en pareja. Pienso ahora en una riña matrimonial y me quedo mustio. Prefiero tener que enfrentarme a una docena de domingos en vez de hacer frente a una pelea de pareja. Me dejan vacío, frágil y con ganas de huir. No las echo de menos, francamente, por mucho que luego las reconciliaciones tengan tan buena literatura. No, no, no y mil veces no. Es más, debería estar prohibido discutir en el ámbito conyugal. A discutir, a la discutería. Que en la casa no se dé cuartelillo ni a una mala vibración.
Llevo diez días fuera de España, disfrutando de lo que más me gusta en el mundo: el verano. Y si es caribeño, más. Ya no me acuerdo de si mi psicóloga me dio el beneplácito o no pero el caso es que me he bajado dos aplicaciones para ligar. No hay mucho mercado y el que se me ofrece tampoco es muy de mi agrado. Con esto de las aplicaciones es fácil caer en el victimismo: no gusto, no quieren quedar conmigo, no valgo para nadie. Qué curioso que cuando pensamos eso no caemos en la cuenta de las veces que nos escriben y no contestamos. Es el juego de la seducción, amigo: unas veces se gana, otras se pierde. Pero ahí hay que estar porque el orgasmo puede estar esperándote a la vuelta de cualquier esquina. Por ahora no he tenido suerte, pero no hay que desfallecer. Mi madre sigue comprando el cuponazo con la misma pasión de siempre. Desde que tengo uso de razón la recuerdo entusiasmada como una colegiala comprando iguales, jugando a las quinielas y, por supuesto, participando de manera muy activa en la lotería de Navidad. Cuando era pequeño, el 22 de diciembre se ponía bien temprano la tele para no perderse el sorteo porque dada la cantidad de décimos y participaciones que llevaba algo nos tenía que tocar. Pero nunca nos tocó. Entonces ella se enfadaba, decía algún taco de escasa intensidady siempre acaba repitiendo: “Bueno, pues a ver qué pasa con la del Niño”. Y la del Niño, tampoco. En este viaje estoy teniendo con los hombres la misma suerte que mi madre con la lotería. Y eso que llegados a este punto echo más de menos hablar que acostarme con alguien. Pero ya llegarán las dos cosas.
Cuando mi madre habla de su mala suerte con la lotería yo le digo que para qué quiere que le toque si estamos bien así. Y me contesta que sí, que estamos bien, pero que un pellizquito le daría mucha alegría. Yo estoy bien como estoy, pero en España hay mucha gente que ha dictaminado que no, que en realidad lo que estoy es triste. Muy triste. Y he llegado a la conclusión de que si han decidido que estoy triste, quién soy yo para robarles esa ilusión. Yo estoy bien como estoy, ya te digo, pero como dice Cher: a nadie le amarga un hombre. Perdón, un postre. Así que ojalá hayan oído mi comanda en la cocina de los deseos y me traigan un hombre –sí, un hombre, basta ya de postres– antes de que emprenda el camino de vuelta a casa. P., que ejerce de cuidador cuando yo no estoy, ya me ha dicho que mis perros y mi burro están mejor que en brazos. Y que deje de hacer el tonto y no pida tomar un café con los tíos de las aplicaciones. Que justamente en las aplicaciones que me he bajado lo del café es lo que menos se lleva. Que vaya al grano. Qué moderno está P., quién me lo hubiera dicho. Vuelvo a ellas ahora que he acabado el blog. Deseadme suerte. Cruzad los dedos. Postres del Caribe, allá voy.