Que Travis está muy delicado del corazón. Que tenemos que estar muy pendientes de él. Que lo mismo nos dura tres días que tres años. Que si tenemos jardín en la casa que mejor que se pasee por él y no lo saquemos a la calle. A ver cómo le explicamos ahora al perro que cuando salgan los demás él tiene que quedarse en casa por su bien. De repente lo veo inmóvil en el salón, mirándome con unos ojos que parecen preguntarme que qué le pasa. Pues que te estás haciendo mayor, Travis. Y contra eso poco se puede hacer. Travis llegó a casa en un principio de acogida, pero hizo tan buenas migas con el temeroso Romeo que decidimos quedárnoslo. Es pedigüeño como él solo. Cuando estoy desayunando, o almorzando, o cenando, apoya su hocico en la mesa y dirige su mirada hacia al infinito. Es elegante hasta para pedir y no le hace ascos a nada: lo mismo disfruta con un trozo de pan que con un poco de melón. Últimamente, estaba más cariñoso que de costumbre. Se conoce que se ha visto tan vulnerable que necesita que lo colmemos de mimos. Tantos años a nuestro lado y él, algún día, también se irá. Estoy empezando a estar hasta el mismísimo de las despedidas.