No estoy durmiendo bien estos días. Me desvelo varias veces a lo largo de la noche y, aunque me vuelvo a dormir, acabo agotado entre sueño y sueño porque no dejo de soñar. Pero no en plan Manuel Carrasco/María Patiño, con gente cogiéndose de las manos y poniendo los ojos en blanco por lo felices que son. No. De hecho son sueños que me dejan un gran poso de tristeza. Poco agradables. Desde que comenzó el confinamiento no he tenido ni uno erótico, y eso que antes eran muy frecuentes. Pero fue empezar la cuarentena y nada de nada, aunque he de confesar que ando bastante caliente. No sé si será por el encierro o por la primavera. Pero caliente de subirme por las paredes, de darme cabezazos contra las paredes también. Lo de siempre: como ahora no se puede quedar con nadie te invaden unas ganas de salir que te comen vivo. Así que me meto en la cama para llevar a cabo una actividad esencial –por usar terminología gubernamental– pero poco satisfactoria: descansar y encima mal.