Entrego este blog el lunes por la mañana. De aquí a que salga la revista a saber de qué más cosas nos hemos enterado. Me refiero al caso Errejón, claro. En cualquier caso: qué mal. Tristeza, decepción, sabor amargo de impotencia y fracaso. Por buscarle un punto positivo a este asunto tan feo: que las mujeres ya no se callan. Que denuncian. Veo el sábado ‘La Sexta Noche’ y me gusta cómo tratan el tema porque no dan pie al debate. No puede existir debate sobre este asunto. Hay demasiados temas para hacer espectáculo. Sobre este, no. Veo a Carmen Ro en ‘La Roca’ y me parece acertadísima. Dice que por mucho que los hombres tengamos empatía sobre este asunto, jamás seremos capaces de ponernos en la piel de las mujeres. Totalmente de acuerdo. Hay que escuchar a las mujeres. Me provocan rechazo las frases grandilocuentes de condena que pronuncian algunos compañ ros. Sobran. Me suena a “a ver quién la tiene más larga” Hay que ir al dato. A la reflexión. Al examen.
A intentar dar respuesta a los tantísimos por qué y por qué no. Cómo ha podido suceder algo así en Sumar. Cómo ha podido Íñigo Errejón comportarse así. No se entiende. Como tampoco se entiende que un domingo a la una y media del mediodía –hora en la que estoy escribiendo– todavía no haya pedido perdón. Es un hombre inteligente, listo, cultivado. Y, por lo que estamos viendo, profundamente hipócrita. Gonzalo Miró lo achaca a que ya está preparando su defensa jurídica. Me he pasado el fin de semana enganchado al móvil. Veo que Elisa Mouliaá, la actriz que lo ha denunciado, se ha puesto a contestar a gente que le reprochaba su comportamiento. Me apena que entre ahí. Intentar debatir con un cafre es una lastimosa pérdida de tiempo. No solo no lleva a ninguna parte sino que te provoca más dolor, más sufrimiento. Ojalá sea capaz de no entrar al trapo.
Bravo por ellas
La caída de Errejón es una victoria –otra más– del feminismo. Las mujeres han logrado cargarse a un hombre muy poderoso. Bravo por ellas. La lucha continúa. Creo que utilizar este caso como arma arrojadiza contra una formación política es una equivocación. No es eso, o al menos no es solo eso. Es un problema estructural que hay que atajar de una manera quirúrgica. Caiga quien caiga. Sin contemplaciones.
Estoy en un aeropuerto esperando un vuelo a Madrid. Hay retrasos por la lluvia. Escucho a un señor decirle a su acompañante: “Ojalá el retraso sea largo, perdamos el vuelo de conexión y nos paguen una noche en Madrid”. A las penas, “puñalás”. En una semana dominada por una actualidad tan repugnante, me pregunto sobre qué puedo escribir sin que parezca que vivo desconectado de la realidad. Qué más se puede escribir cuando hay víctimas de por medio. Desolación.
Ganas de anónimos
El domingo por la noche me engancho al debate con Ion Aramendi, que está que se sale en esta edición de ‘GH’. Hay ediciones que nacen benditas: esta es una de ellas. Recuerdo el miedo que teníamos antes del estreno con los anónimos. Lo cuento por primera vez: cuando me trasladaron la idea me entraron muchos miedos. Con los famosos tienes mucho ganado de inicio: conoces sus tramas. Sin embargo, con los anónimos todo va mucho más lento. Requieren paciencia. Pero conforme iba acercándose la fecha del estreno empecé a confiar cada vez más. Se palpaba en el ambiente las ganas de anónimos. Más de cien mil personas se presentaron al casting, una auténtica barbaridad. Y yo me dediqué a hacer mi particular encuesta entre toda la gente que me rodea que no pertenece al medio y el resultado era más que esperanzador.
Confieso que los datos han superado todas mis expectativas. Jamás pensé que el programa iba a ir tan bien. Supongo que ahora es fácil sacar conclusiones, pero voy con ellas. Ya un colega argentino me dijo el verano pasado que en su país no funcionaban las ediciones con famosos porque el público consideraba que bastantes ventajas tienen en la vida como para encima contar con una oportunidad como esta. Su reflexión me hizo pensar. Creo que en España ha sucedido un poco lo mismo. Hemos visto a personajes conocidos entrar en ‘GH’ con pocas ganas, casi justificándose. Y eso acaba penalizando. Los concursantes anónimos de esta edición participan en el concurso porque son amantes del formato y su entusiasmo traspasa la pantalla. Están ahí porque quieren y porque les gusta jugar.
El casting, capitaneado por Teresa Colomina, es excelente. Y luego me parece maravilloso que a la salida del concurso no tengan la oportunidad de pasearse por los platós de Telecinco montando pollos. La experiencia empieza y finaliza en ‘GH’, lo que no quita que alguno siga teniendo recorrido en televisión. Pero al acabarse el negocio nacido alrededor del concurso –bolos en discoteca, enfrentamientos diarios en platós– el concurso recupera pureza. El éxito del ‘GH’ de anónimos es una buenísima noticia para el formato. Significa el florecimiento del programa y otro valor añadido: que cuando el ‘VIP’ vuelva será más po- tente que nunca porque habrá hasta hostias para entrar.