El martes por la noche se hizo público: voy a presentar la nueva edición de ‘Gran Hermano’ y la vuelta de ‘Hay una cosa que te quiero decir’. Sucedió durante una gala de PubliEspaña, en el Palacio de Cibeles, a la que acudimos la plana mayor de los presentadores de la cadena. Iba yo muy preparado para la ocasión: traje azul marino y bien maquillado. Especifico cómo iba porque después de la gala tuve que largarme pitando a urgencias por culpa de una otitis que me estaba matando. Y me pongo a imaginar qué pensará la gente que me vea casi de madrugada arreglado como para una boda. En situaciones así entiendo que haya hombres que sientan reparos a la hora de acercarse a otro hombre –yo– que un día de diario y sin tener programa de televisión vaya más maquillado que su madre. Llegué a casa como quien vuelve tras una jornada en la guerra de Vietnam pero a P. le pudo más su cansancio que mis penurias. Intenté explicarle mi encuentro con Ana Rosa, con Cristina Tárrega y con Cristina Garmendia, la nueva presidenta de Mediaset. Pero me dijo que ya si eso que se lo contara al día siguiente porque se caía de sueño. Y yo, el hijo pródigo de la televisión, la estrella recuperada, el hombre de moda, me vi en la cocina cenando cualquier cosa –porque con lo tarde que era tampoco era cuestión de ponerse púo– y entreteniéndome con no sé qué de YouTube. Y yo sé que todos estáis deseando saber lo que no tuve ocasión de contarle a P. No me extraña, claro, porque el encuentro con Ana Rosa dio para mucho.
Pero ahora toca hablar de ‘Gran Hermano’ y ‘Hay una cosa que te quiero decir’. Dos formatos únicos. ‘Gran Hermano’ vuelve con una edición de anónimos y a mí me parece un acierto porque en un mundo en el que todo dios es famoso esta apuesta me hace vibrar. En televisión es muy estimulante dar con un desconocido del que quieras saber todo de él. Ese es el secreto de un buen casting: que te enamoren los perfiles. Y confío plenamente en el criterio de los que se en- cargarán de escoger a los habitantes de la casa. Me produce muchísima curiosidad saber cómo vamos a ingeniárnoslas para atraer la atención del espectador. Ilusión no nos falta. Y la bendita sensación de que hay que salir a luchar programa a programa. También tengo curiosidad por saber cuántas veces se escribirá que me manejo mejor con famosos que con anónimos. ¿Un millón de veces? ¿Quizás dos? Dejémoslo en tres.