Tamara nos ha vendido una imagen de postre almibarado con ribetes de chantilly, pero es una de las que cuando creen que no están siendo examinadas enseñan la patita y sacan a pasear un carácter especialito. Lo veremos estos días, cuando la persigan por la calle y le pregunten continuamente por las presuntas infidelidades de lo que sea para ella Íñigo en estos momentos. En este asunto la que no engaña es la infanta Elena.
Cuando tenía algo de curro paseaba su semblante bobalicón por esas fiestas rancias en las que disfrutaba porque había mucho cortesano que la saludaba con reverencias y tonterías por estilo. La prensa destacaba siempre que era la más borbona de los hijos del emérito, es decir, que era campechana y divertida. Pero no. Lo era cuando había un flash delante. Cuando las luces se apagaban, la infanta se convertía en un ser maleducado, respondón, antipático y profundamente clasista. Una joya, vamos. Sus cabreos son antológicos, y el último ha tenido lugar este fin de semana. Se le dio mal una competición equina, entró en brote contra la prensa, algún compañero la llamó infanta y ella, con todo su papo real, pronunció con desprecio: “Doña Elena”. Cuenta la leyenda que la reportera, tras escuchar el consejo, no pudo evitar pronunciar una frase que ya forma parte de la historia de nuestro país: “Mi coño con melena”. Quiero conocer a la reportera, abrazarla fuertemente y demostrarle mi solidaridad, porque debe ser terrible tener que trabajar con personas como la tal doña Elena.