Paso la mañana del viernes en el teatro Rialto vendiendo entradas para ‘Grandes éxitos’. Acuden varios compañeros de la prensa a cubrir el acto, y aprovechan para preguntarme por mi ausencia en el ‘Deluxe’ de hace dos sábados. Es curioso. Cuando salgo en la tele, se quejan de que salgo mucho. Pero si falto un día, saltan las alarmas. He leído varias idioteces sobre el asunto, pero quizás la peor sea un artículo que lleva por título: “Jorge Javier vuelve a esconderse cuando hay problemas”.
El caso es que les cuento a mis compañeros que no es que haya desaparecido, sino que he aprovechado para largarme unos días y creo que me creen. Hay veces que, cuando escriben sobre mí, no me reconozco. Se piensan que tengo poder y que muevo los hilos de la cadena en la que trabajo a mi antojo.
El viernes por la tarde comenzamos los ensayos de ‘Grandes éxitos’. Y cuando estamos en medio de la lectura, tengo que interrumpirla porque me da un subidón de felicidad y necesito compartirla con mis compañeros. “Qué feliz soy”, les digo. Y lo bueno es que no me miran como a un bicho raro, sino que entienden mi salida y la secundan. Qué liberador es hacer teatro. Qué divertido. Qué bien te lo pasas si cuentas con un buen equipo y existe buen rollo. Hacer teatro es, de alguna manera, volver a ser pequeño. Disfrutar con inocencia de cosas que creías olvidadas: hacer el ganso, dejar de lado el sentido del ridículo, y experimentar con todo un abanico de sensaciones.
Vuelvo a casa hecho polvo, pero con tal gustirrinín en el cuerpo que estoy deseando que llegue el sábado para reencontrarme de nuevo con mis compañeros. De aquí al quince de enero nos veremos todos los días. Y ya sé que luego les echaré de menos y que estaremos deseando que lleguen los días de función para volver a compartir parte de nuestra vida.