¿Cuál es el primer recuerdo que tengo de Concha? Intento hacer memoria, pero se me vienen de golpe tantos a la cabeza que no podría elegir. Concha está conmigo desde que tengo uso de razón, como les pasa a tantas y tantas personas de este país. ¿Admiré siempre a Concha? Sí. ¿Por qué? Pues porque sí. Porque no puede ser de otra manera. Charlie, técnico de mi función, es mexicano. Jovencísimo. Excelente profesional, lleva poco en España. Me pregunta por ella y me doy cuenta de que le diga lo que le diga siempre me quedaré corto. Así que intento resolver con esta frase: “Es una mujer que lo ha hecho todo en España”.
Una belleza arrebatadora
Concha es excesiva. Intensa. Arrolladora. La recuerdo luciendo pierna en musicales hechos a su medida en los que brillaba como la gran estrella que es. Porque hay mucha gente que canta como Dios y baila como Ginger Rogers, pero luego no tienen alma. Artistas que son técnicamente perfectos pero gélidos como un fiordo noruego. Lo de Concha es otra cosa. Una rareza que se produce muy de tanto en tanto. Un ejemplo de conexión absoluta entre público y artista. Concha ha arrasado en todo lo que se ha propuesto y ha conseguido eso que está al alcance de muy pocos: que quieran verla haga lo que haga. Qué voz tiene Concha. Es algo que siempre me ha impresionado mucho de ella. Y su belleza. Porque sin ser la más guapa ha sido arrebatadora. Una mujer que a partir de los cuarenta y tantos desarrolló una madurez apabullante. Profesionalmente no había quien la tosiera y físicamente estaba espectacular. No había otra como ella. Fueron los años en los que trabajaba y trabajaba como si no hubiera mañana. Grababa horas y horas en Telecinco y luego se iba al teatro a representar ‘La truhana’. Dormía muy poco, lo justo para recuperarse y comenzar otra jornada maratoniana. Y otra. Y otra. Voy a intentar echar mano de algunos recuerdos que tengo de ella. El primero que siempre se me viene a la cabeza es de una entrevista que le hice en un coche. Concha había ido a grabar algo a TVE y, como siempre sucede en una grabación, no acabó a la hora prevista y yo me quedé sin la entrevista que previamente había pactado con ella para Pronto. Al enterarse me dijo: “Vuelve conmigo en el coche”, y fue allí donde se la hice. Durante el trayecto me pidió permiso para llamar a casa y encargarle a la asistenta que hiciera filetes rusos, que les encantaban a sus chicos. Nos despedimos con dos besos muy cariñosos y un “gracias” por su parte que me llegó al alma, con esa voz tan grave. Tan suya. La entrevisté también en su casa de La Moraleja, cuando parecía que todo le iba bien, aunque con Concha nunca sabías. Porque el que le fuera bien de puertas para afuera no quería decir que fuera lo mismo de puertas para adentro. Vamos, lo que sucede en cualquier hogar. En aquella época estaba muy bien económicamente aunque luego tuvo que deshacerse de la mansión. La entrevisté también en otro piso que tenía en la avenida de San Luis, creo recordar. Y eso ya fue tras haber vendido La Moraleja, creo también. Y siempre que la entrevistaba se entregaba como si fuera la primera vez que lo hacía. Jamás mostró signos de cansancio, de aburrimiento o de hastío. Y recuerdo con muchísimo cariño esas cartas que recibía después de que se publicara la entrevista. Cartas de agradecimiento escritas a mano con una letra tan grande como ella. Siempre agradecida, siempre dando las gracias. Podría seguir escribiendo sobre ella. Sobre lo fantástica ‘showoman’ que es. Sobre su inmensa interpretación en ‘Pim, pam, pum... ¡Fuego!’. Sobre tantas y tantas cosas. Habrá tiempo, lo sé. Querida Concha, besos de un rendido admirador.